Posted by : Unknown miércoles, 1 de julio de 2015



No por esperado deja de ser simbólico e interesante que ya sepamos que Cuba y los Estados Unidos de América oficializaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas y anunciado que abrirán sus respectivas embajadas: el 20 de julio y que hasta tendremos a un secretario de Estado poniendo un pie en esta isla por primera vez en más de medio siglo. Sin embargo apenas acaba de decretarse el fin de la escena de apertura en una historia cuya cantidad de capítulos desconocemos todavía.


Cada lado presentó, de nuevo, sus cartas que indican con manifiesta transparencia los puntos de consenso y aspectos hasta antagónicos si quiere.

En su declaración el Gobierno Revolucionario cubano estableció una pauta clave. “Como parte del proceso hacia la normalización de las relaciones, a su vez, habrá que construir las bases de unos vínculos que no han existido entre nuestros países en toda su historia, en particular, desde la intervención militar de los Estados Unidos, hace 117 años, en la guerra de independencia que Cuba libró por cerca de tres décadas contra el colonialismo español”, dijo.

Ese es un principio cardinal insoslayable a la hora de analizar un proceso obviamente novedoso en la dinámica binacional y que hasta ahora había estado montado sobre la base de un discurso de confrontación evidente. Cuba deja sentada una premisa importante: la raíz del conflicto con EE.UU. no parte del momento del triunfo revolucionario de 1959, sino que se origina mucho más atrás en el tiempo y más hondo hacia lo interno en ambos países.

Cuando La Habana se refiere a edificar unos vínculos inéditos con la Unión Americana, indica que esta deberá asumir concienzudamente que la Mayor de las Antillas tiene el derecho a ejercer efectivamente su soberanía sobre qué es lo mejor para sí misma. Dicho en otras palabras, los políticos estadounidenses deberán “reiniciar” su modo de ver a Cuba: entendiéndola más como un vecino diferente de su propio espacio de influencia y no como parte de su entorno natural y por ende dominable.

Hasta ahora absolutamente nada en el discurso de Obama y su equipo indica que estén ni siquiera cerca de esa conclusión. Quieren, es cierto, alcanzar un modus vivendi con Cuba, pero el actual cambio de método en su política continúa asentado en la premisa de cuanto mayor o menor es el grado de influencia sobre la sociedad, la economía y el sistema político en este Archipiélago del Caribe.

Solo las acciones concretas dirán en el terreno cuánto está dispuesta a cumplir la Administración Obama sus palabras de que respetará la integridad territorial y la independencia política de Cuba.
Somos vecinos, es cierto. Pero la amistad implica por encima de todo respeto al derecho ajeno y eso, al menos desde el punto de vista del gobierno norteamericano parece ir por el camino correcto, mas, es demasidado temprano para estar seguros.

Para la diplomacia doméstica y en general la sociedad cubana el advenimiento de una embajada de los Estados Unidos de América abre, nadie lo dude tampoco, es el reto de proseguir la senda del diálogo necesario y siempre mejor que la confrontación abierta. Pláticas serias, sin estridencias, firmes y con mesura pues cualquier muestra de apresuramiento será irremisiblemente interpretada como síntoma de debilidad, un error que costaría muy caro frente a un vecino tan poderoso.


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