Posted by : Unknown miércoles, 17 de octubre de 2012

Los trenes se antojan como barcos sobre tierra que le despiertan los sueños a los niños imaginándose maquinistas de esas moles de metal capaces de devorar kilómetros tirando tras de sí miles toneladas de carga o cientos de pasajeros.

Sobre esos íconos de la modernidad andan tripulaciones que se comportan como una familia de pocos pero que comparte mucho. No hay espacio para las palabras porque de la cabeza y la cola todo se habla por señas, con las manos si es de día o con faroles si es de noche. El tan común “oye atiéndeme” o “está bien te escuché” aquí se resuelve con pitazos de la locomotora para que el mensaje llegue con claridad al "cabus".

Todo se consigna en tinta indeleble, ya sea la velocidad con se transita o los tramos recorridos. Cada paso parece estar previsto y escrito. Órdenes de vía, avisos de precaución y un sinnúmero de papeles que advierten o informan lo que hay que hacer.

Dentro de la cabina el ruido ensordecedor de la máquina y el chirrido de las ruedas sobre los rieles intentan impedir cualquier conversación pero igual se escucha la voz femenina por la radio dando indicaciones de trabajo o el mensaje desde otro tren.

En las esperas en los paraderos se suceden las anécdotas sobre las peripecias por tantos lugares visitados. Afloran las historias: vividas por los más viejos o escuchadas por los más jóvenes. Se relatan entonces con desenfado los sucesos curiosos y siempre como películas de terror mezclado con suspenso los relacionadas con tragedias ferroviarias.

Las manos pueden ensuciarse de grasa u óxido pero no tiemblan para operar los controles y arreglar con prontitud una molesta avería, porque un tren se vuelve nada cuando sucumbe ante una falla mecánica. Pero lo rieles seducen y atrapan a estos hombres que todos los días viven de verdad, el sueño infantil de conducir un tren.

En 280 caracteres...

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