Posted by : Unknown jueves, 3 de enero de 2013

Gracias a los buenos oficios de un colega en el Parlamento, Juan Marín, un abogado parisino con pésimo récord en las Cortes, se vio en un puesto de cierta importancia. “Sepa usted que soy consejero de Estado y estoy a su servicio. Si en algo puedo serle útil, dígamelo sin rodeos. Cuando se disfruta de ciertas posiciones, uno tiene influencias”, le decía a quienes no habían tenido su buena suerte.

Él experimentaba una irresistible necesidad de “proteger” a la gente y les firmaba cartas de recomendación para facilitarles las gestiones. Más de una centuria después uno se pregunta si este Juan vivió solo los cuentos del escritor Guy de Maupassant.
Si porque con demasiada frecuencia uno se encuentra con personajes parecidos que siempre quieren ayudarte, guiándote en los laberínticos caminos de la burocracia o borrando por obra y gracia de sus prerrogativas las molestas colas. Para evitar malos entendidos prescindo esta vez de ejemplos concretos de los “protectores” no vaya a ser que los aludidos se lo tomen demasiado a pecho o que aquellos no mencionados sueñen con estar libre de pecado.

Unos no precisan de retribución alguna. A fin de cuentas… la familia es la familia o ¡para eso son los amigos! ¿no?. Sin embargo otros sí requieren de cierto estímulo pues… favor con favor se paga; y si esto no funciona, habrá que voltearse hacia algo más tangible como algún que otro regalo o el burdo fajo de billetes.

Entonces en la amplísima masa de usuarios o clientes comienzan a distinguirse los “protegidos” quienes destierran de su vocabulario la frase ¿quién es el último?. Mientras engrosan sus archivos con las señas de los individuos claves para resolver cualquier problema.

Todo iría bien hasta ahí sino o se interpusiera la interrogante de dónde quedan los “desprotegidos”. Esos que nacieron con la fatalidad de no tener amigos o parientes ubicados oficinas estratégicas de quienes recibir el patrocinio; o sin la capacidad de participar en trueques en especie o metálico que le den algún que otro empujoncito para que los papeles largamente esperados acaben de salir o ser servidos atentamente y hasta con cariño maternal en un establecimiento cualquiera.

No hay nada malo en mostrarse deferente con un amigo, conocido o familiar a la hora de prestar determinado servicio. Pero ni las leyes y las personas pueden dejar el camino abierto para que los funcionarios hagan del “proteger” una fuente de lucro, haciendo de las influencias un objeto de tráfico.

Darle la mano al otro porque sí, sin esperar retribución alguna y sin aplastar a un tercero en el proceso, deja un sabor agradable en la boca y el espíritu. Nos hace sonreír por dentro y poner felices la cabeza en la almohada, solo de pensar que alguien tuvo un momento de felicidad o sosiego gracias a un acto desinteresado de nuestra parte.

Por fortuna todavía entre nosotros hay gente así, que todavía creen en hacer el bien sin mirar a quien. Mientras quede uno habrá esperanzas, pero cuidado, que no crecen por generación espontánea, así que cuando lo encuentre no la pierda de vista.

En 280 caracteres...

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