Posted by : Unknown domingo, 4 de diciembre de 2016


Este 3 de diciembre de 2016, la tarde se puso triste en Santiago de Cuba, una ciudad que se permite llamar a Fidel "papá" y cuyo silencio era palpable, más, siendo ella tan sonora, casi hasta la estridencia. La gente llegó temprano a la Plaza Antonio Maceo y buscó su lugar mientras los más previsores se sentaron en el suelo reservando sus fuerzas para la larga espera.

A un costado la prensa extranjera montó su campamento. Un rostro conocido: Lucia Newman quien fuera por varios años la cara de la cadena estadounidense CNN desde Cuba y que ahora vino con la agencia AP. Quienes no estábamos acreditados y por ende con derecho permanecer en el podio de los fotógrafos, cubanos o no, nos mezclamos entre la multitud a la caza de los rostros, las expresiones, los detalles que solo pueden obtenerse bien de cerca.

Por doquier el estudiantado de los preuniversitarios santiagueros y la universidad local; y la gente simple  colmaban los espacios mostrando con su particulares  modos, su amor por Fidel: ya bien aprovechando la impresión de fotos de Líder Histórico de la Revolución que obviamente se hizo para la ocasión o trayendo sus porpios e improvisados carteles o  fotos, sus brazaletes del 26 de julio, simplemente escribiéndose su nombre en el rostro.

Los combatientes de la Sierra, el Llano, de la lucha contra bandidos o las misiones internacionalistas llegaban con sus mejores guayaberas o trajes verde olivo. Unos vinieron solos, otros, trajeron a sus nietos. En sus pechos las medallas que no pueden resumir tantas historias de desvelos y sacrificios por la causa universal de la libertad de los pueblos.

Haber estado al final de la fila desde pequeño por culpa de ser alto fue esta vez una bendición en comparación con una muchacha que mi lado se esforzaba por ver hacia la tribuna. Así que me vi haciendo de narrador para ella describiéndole donde estaba cada cual: Maduro, Evo, Dilma, Lula, Daniel Ortega, Maradona y muchos más que acudieron desde todo el mundo porque Fidel sembró cariño y libertad en los cuatro costados del planeta.

Raúl habla con una voz firme pero obviamente atravesada por el dolor de hacerlo por primera vez sabiendo que ya no está físicamente presente su mayor guía e inspiración como revolucionario. “Sí se puede y se podrá” dice y un señora, casi instantáneamente, le responde afirmativamente, confirmándole que él no podrá solo, necesitará de la ayuda de todos para que Cuba sea la nación próspera, sostenible y soberana, en resumen, digna como siempre quiso Fidel.

Termina el acto, callan los oradores y uno se pregunta como amanecerá el país al día siguiente cuando se hayan secado las lagrimas, nos levantemos del estupor y enfrentemos a la cotidianidad sin Fidel. Yo al menos no lo quiero divinizado, lo quiero discutidor y vigente en el debate revolucionario y definitivamente anticapitalista. Ya Raúl anunció el primer paso para lograrlo: no habrá estatuas, calles o cualquier cosa con su nombre. Su mejor monumento será la Revolución misma.  

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