Posted by : Unknown jueves, 1 de noviembre de 2018

Un habitante cualquiera de nuestro país creería que el bloqueo no existe. Al menos esa sería su percepción, pues siente más cercanas a su cotidianidad otras dificultades y por ende así juzga dónde está el origen de sus problemas. Le parecería que el asedio económico mantenido por casi seis décadas por los gobiernos de los Estados Unidos es asunto de los medios de comunicación o de los políticos y su propaganda. Esa, admitámoslo, podría ser la noción de quien viviendo en Cuba hoy, tenga más o menos resueltos sus apremios económicos, e incluso de quienes hacen malabares para estirar sus ingresos hasta el final del mes.
Cuando los aviones con el rótulo U.S Navy volaban rasantes sobre el cielo o los barcos de la marina yanqui estaban casi a tiro de cañón de nuestras costas era mucho más sencillo hablar de bloqueo. Igual lo fue en los años inmediatos a la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista de Europa porque la nación vivió años de estrecheces económicas, a las que encontró paliativo con soluciones que ahora parecen sacadas de una novela del realismo mágico latinoamericano.

La adversidad nos es tan habitual que la sentimos parte de nuestras vidas, no al punto de la resignación, pero casi siempre más asociada a la corrupción, la desidia, la indolencia y cualquier otra de procedencia interna. Cada mes sigue llegando a la bodega la canasta básica normada, los servicios médicos y educacionales continúan, hay vehículos en las calles, electricidad en nuestras viviendas en fin… todas esas pequeñas cosas que sumadas hacen funcionar al país, al final se logran. Paradójicamente el bloqueo se invisibiliza por el esfuerzo del funcionario anónimo o por el desconocido amigo de Cuba que se arriesga. Si el arroz llega al plato del niño o niña que almuerza diariamente en su escuela; la medicina le es administrada a tiempo al paciente, se creería que nada impidió ese éxito resultante. El bloqueo, recordémoslo, entorpece las operaciones comerciales de Cuba, le pone trabas a sus transacciones. A este Archipiélago le cuesta dos, tres o quien sabe cuántas veces más de lo que a otros les cuesta menos. Pero en eso no repara la mayoría.

El asedio estadounidense deja de ser una entelequia para la gente si le toca de cerca. Bien lo saben el par de hermanos que, según me cuenta un amigo, cuidan a su abuela enferma de cáncer de vejiga sin poder proveerla de los calmantes que necesita porque los pocos disponibles se reservan para los pacientes hospitalizados. Lo siente el viajero desde China relatando que hubo de pedirle ayuda a otra persona para cambiar sus dólares porque el banco no aceptaba prestarle ese servicio por ser ciudadano cubano.

Estas también son razones que le asisten a la diplomacia cubana para emplear su tiempo cada año presentando ante la Asamblea General de las Naciones Unidas una resolución condenatoria del bloqueo. Porque lo no dicho o publicado es como si no existiese y colocar anualmente en el mayor foro internacional el tema de lo que significa esta política genocida, plantea un mensaje claro hacia afuera, y hacia adentro: el bloqueo existe.

Nos hiere e irrita saber de quien dilapida los fondos de las arcas públicas importando productos de mala calidad mientras acepta espurios regalos o consume el presupuesto en inversiones sin sentido. Odiamos a los negligentes que tiran por la borda el trabajo de muchos o, recordando a la anciana enferma de cáncer de vejiga, lucran revendiendo medicamentos deficitarios. Esas prácticas no solo se escudan tras la existencia del bloqueo, ¡se aprovechan de este! Por eso son más condenables el derroche y el robo de lo que tenemos, porque agregan un escollo adicional al esfuerzo de la mayoría para sacar adelante al país.


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