Posted by : Unknown martes, 10 de enero de 2006

Por István Ojeda Bello
Un documental que involucra a los Órganos de la Seguridad del Estado de Cuba en el asesinato de Kennedy ha revivido de la peor manera al magnicidio de Dallas.

Otra vez se lanza al ruedo la fábula de una Cuba conspirando para eliminar al presidente estadounidense. Para los cubanos de la Isla, mencionar la idea resulta poco más que risible, sin embargo quienes orquestan una historia semejante piensan en el público estadounidense, habitualmente sometido a todo tipo de campañas desacreditando a la Revolución Cubana.

Conspiración

Varias investigaciones, tanto las gubernamentales como desde la prensa, han demostrado fehacientemente que el asesinato del presiente John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, fue el resultado de una conspiración entre la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la mafia y los exiliados contrarrevolucionarios cubanos.

Las indagaciones del Senado mediante el Comité Especial, presidido por el congresista afroamericano Louis F. Stokes; las revelaciones hechas por los periodistas Drew Pearson y Jack Anderson y las investigaciones de los más reconocidos expertos de la inteligencia cubana, como el general Fabián Escalante; todas han demostrado que la muerte de Kenedy beneficiaba tanto a la comunidad de inteligencia de Estados Unidos como a la derecha contrarrevolucionaria cubana, pero en modo alguno al gobierno cubano.

En primer lugar la CIA sabía que su prestigio ante el presidente había salido bien deteriorado tras los fracasos del desembarco en la Bahía de Cochinos en 1961 y la Crisis de los Misiles en 1962. De cierta forma JFK, antes de asumir la presidencia, había idealizado a la inteligencia de su país, al punto de considerarla infalible. No por gusto en la primera reunión del Consejo de Seguridad Nacional tras la catástrofe de abril de 1961, había exclamado colérico: “cada uno de estos hijos de perra (y señaló a los oficiales de la CIA) me aseguró que la operación sería un éxito”. Además poco después había dicho a su colaborador Clark Clifford: "algo muy malo ocurre dentro de la CIA y quiero saber qué es. Quiero hacer mil pedazos a la CIA y esparcirlos a los cuatro vientos".

Es perfectamente lógico entonces, encontrar a varios de los oficiales de la CIA encargados de la Operación Pluto (la invasión de 1961), involucrados en la muerte del mandatario entre ellos: David Atlee-Philips, Richard Helms, supervisor entonces de las operaciones anti cubanas, al general Cabell, ex vicejefe de la CIA, sin olvidar a Frank Sturgis, quien más tarde fuera jefe de los “plomeros” del Watergate.

Desde luego eran los exiliados cubanos los más molestos con Kennedy. Se consideraban “traicionados” tanto en Girón como en octubre de 1962. Además ellos y sus jefes de la CIA, estaban al tanto de los contactos que había iniciado el presiente Kennedy con el gobierno cubano para establecer un “modus vivendis” entre ambos países.

En este sentido se produjeron reuniones entre emisarios de Kennedy y Ernesto “Che” Guevara en Uruguay en 1963. En los previos a su muerte, el presidente encargó a William Atwood evaluar con representantes cubanos en Naciones Unidas la posibilidad de normalizar las relaciones. El delegado cubano en esas conversaciones fue Carlos Lechuga, entonces embajador en la ONU. El asesor de Seguridad de Kennedy, McGeorge Bundy, manifestó que el Presidente quería a su regreso de Dallas un informe sobre la marcha de esas pláticas. Por si todo esto fuera poco, justamente el día del magnicidio, el Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, se entrevistaba en Varadero con un periodista francés, el cual tenía previsto luego tener una conversación similar con el inquilino de la Casa Blanca.

La más remota posibilidad de que Estados Unidos estableciera una convivencia con Cuba, sin que ello significara derrocar al gobierno de la isla espantaba a los exiliados anticastristas.

El ya mencionado Comité Especial del Senado, por ejemplo, estableció claramente los nexos existentes entre Lee Harvey Oswald, la organización Alpha 66 y la llamada Junta Revolucionaria Cubana (JURE) que integraban, entre otros: Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, los hermanos Guillermo e Ignacio Novo Sampol, Eladio del Valle, Jorge Mas Canosa, a quienes se les vio en Dallas antes y después del 22 de noviembre de 1963.

Los hilos de la industria de la contrarrevolución nos conducen a otros de los interesados en quitar del medio al primer presidente católico de Estados Unidos: la mafia.

Santos Trafficante, Sam Giancana y John Roselli tenían estrechas relaciones con el exilio anticubano. Vínculos establecidos desde los años del dominio de las familias mafiosas en La Habana. Tal era el odio hacia la Revolución Cubana que cuando la CIA le propuso a Santos Trafficante, 250 mil dólares para asesinar a Fidel Castro, el capo contestó. “A Castro lo matamos gratis”. Poco antes de ser asesinado, John Roselli, dijo al columnista Jack Anderson, que cubanos de la banda de Trafficante habían participado en el magnicidio en Dallas.

Sencillamente una estupidez

Analizar desde la real politic el asesinato de Kennedy es suficiente para demostrar que Cuba era la menos interesada en inmiscuirse en una operación que terminara con la vida del presidente.

La Habana estaba dispuesta a negociar, de lo contrario no hubiera mostrado atención y respeto a los tanteos desde la Casa Blanca. Además, promover una acción semejante solo hubiera agravado la ya tensa situación entre ambos países. Cuba sería la primera acusada y la realidad posterior demostró que sin mover un dedo, el G-2 cubano fue incluido entre los sospechosos.

Razones de principios impiden a la seguridad cubana usar el asesinato político contra el adversario. De lo contrario terroristas como Luis Posada Carriles u Orlando Bosh no hubieran llegado a la tercera edad.

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