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- Cuba, el Moncada, el 26 y los sueños que no mueren
Palabras a un interlocutor herido
Por István Ojeda Bello
Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado
Fidel
Minutos antes de este 26 de julio recibí un mensaje. El remitente tal vez, ni siquiera su nombre sea verdadero, decía ser cubano y relativamente joven, lo suficiente para no haber vivido los primeros años de la Revolución.
Premeditadamente aludió en sus palabras a la Generación del Centenario, esa que hace 53 años estremeció los cimientos de esta isla y abrió la última etapa de la Revolución Cubana.
La propuesta era sencilla, tanto, que me insultó: el Moncada, los sueños de miles, la sangre, los muertos, y la represión batistiana, no existen; serían cuanto más, un accidente en la historia de Cuba. O sea, la juventud contemporánea debería olvidar los sacrificios, las penurias, los miedos vencidos y las utopías de generaciones completas. Reducirlo todo a un “eso fue importante pero no más”.
En este punto cabe preguntarse. ¿Qué habría pasado si hace 53 años la juventud de entonces hubiera pensado lo mismo? Los desvelos de Martí, las heridas de Maceo y un viejo cascarrabias pero igual de firme en su afán de liberar a Cuba, el dominicano llamado Máximo Gómez, quedarían sepultadas como curiosidades del trópico. En definitiva eso era tiempo pasado y lo pasado: allá se quedaría.
Esta reflexión me conduce a otra interrogante ¿fueron tan malos los sueños de los moncadistas al punto de olvidarlos? Tratemos de resumirlos en términos simples: construir una sociedad donde la ley primera fuera el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. ¿Y qué es dignidad? Es justicia social.
Con vocablos simples, pero un sueño tan grande que no bastó el sacrifico de una generación para verlo materializarse.
Y aquí estamos: tratando de hacerlo realidad, poquito a poquito. Mirando siempre hacia atrás, porque las penurias de hoy palidecen ante las dificultades de antaño. No hay nada más terrible que la amnesia histórica. Ella vacía las mentes de las personas y las convierte en instrumento fácil de cualquier “bien intencionado”.
En Granma hace unos días, por boca del cubano más inconforme y soñador de todos, supimos, una vez más, que la Revolución no promete por demagogia. Presenta hechos consumados y convierte en realidad eso que hoy dicen todos los revolucionarios: “seamos realistas, soñemos lo imposible”.
Los rencores y las heridas personales no pueden hacernos olvidar qué somos, y mucho menos de dónde venimos. Eso, claramente el remitente del mensaje la víspera del 26 de julio lo olvidó hace rato. Al contrario, sangra su resentimiento y con fingida altanería trata de colocarse en el Olimpo de los “elegidos”.
Lo que mi desmemoriado interlocutor pasó por alto es que el ímpetu de los jóvenes se nutre de las glorias pasadas. Y la memoria, muy a su pesar, vive en cada barrio cubano. Por eso el Moncada y los sueños de los que cayeron entonces y después, no mueren, porque la maravilla de esta isla radica precisamente en eso: en beber de los heroísmos pretéritos para construir nuevos sueños.