Posted by : Unknown martes, 31 de mayo de 2011

El diario Granma, en un feliz ejercicio de respecto a la opinión ajena, reflejó los criterios demoledores de un ciudadano. “La mayoría de los comentarios y noticias de temas nacionales que se publican a diario en Cuba están muy lejos de resultar atrayentes y convincentes para los lectores”, dijo.
Luego, J. Carreras Pérez-Terán lanzó, cual cuchillos, varias preguntas: “¿qué pasa con nuestros periodistas? ¿Es posible que los lectores sean mejores que ellos a la hora de reflejar en la prensa la realidad nacional? ¿No viven en Cuba como el resto de los cubanos? ¿No sufren los mismos problemas? ¿No tienen las mismas dificultades? ¿Existe alguna "norma" verbal o escrita que impide a los periodistas publicar artículos con la calidad de las cartas de los lectores?”.
Era imposible no sentirse aludido, pero no estoy aquí para elevarme desde un buró en airada y explosiva respuesta, sino para intentar analizar en su contexto un hecho evidente: la gente puede no estar sintiéndonos como completamente de su lado.
Los dardos Las críticas de Pérez-Terán podrían ser, tal vez no, la punta del iceberg de un parecer más o menos extendido entre los públicos cubanos. Así inducen diversos juicios que he leído en las últimas semanas, y ¡ojo! no me refiero a lo dicho por nuestro presidente Raúl Castro hace poco, sobre los cuales ya opiné, sino a otros que también creo a bien considerar.
A principio de mayo Dario Machado tildó de “ausentes” a los medios del debate previo al VI Congreso de Partido. “La prensa cubana –aseguró- está todavía lejos de reflejar el país real y no está a la altura de la cultura alcanzada por el pueblo, en particular de su cultura política”. A continuación advirtió: “El que no se traten suficientemente los problemas del país en los medios no significa que no se traten, se tratan por la población en su actividad comunicativa cotidiana y no pocas veces a partir de informaciones imprecisas y deformadas en el proceso de comunicación”.
Desde su punto de vista: “Parte inseparable de este nuevo proceso de rectificación de la Revolución Cubana es el propósito de lograr un ejercicio periodístico y comunicacional en general a través de los medios que constituya un elemento democratizador de la vida del país al poner de modo directo en conocimiento de la ciudadanía, sin paternalismos estériles y deformantes, la información a la que tiene pleno derecho, lo que enriquecerá su subjetividad y hará más eficiente su participación”.
Más o menos por la misma cuerda estuvo Eduardo Montes de Oca diciendo que “en nuestro país, como consecuencia del silencio mediático, el prestigio de la prensa se ha venido deteriorando, no sé en qué medida, porque lo constato desde la observación empírica. Y ese desdoro contribuye a la hegemonía ideológica, cultural del capitalismo tardío, que ocupa nuestras áreas de mutis con la mentira, entreverada de alguna verdad descontextualizada, etc.”.
Tal vez la opinión de J. Carreras Pérez-Terán sea parte de esas evidencias empíricas referidas por Montes de Oca. Él, por cierto, igualmente hace un interesante aporte a la necesaria conceptualización del escenario actual: “Si antes la prensa era monolítica hasta en la redacción, y, en sintonía con el modo de hacer política, se centraba en las tareas destructivas del régimen anterior, sobre la base de más homogeneidad en los sujetos, ahora –afirma- deberá actuar en la lógica de tareas mayormente constructivas, las cuales plantean nuevos paradigmas de vida, atendiendo a sujetos más diversos, y mejor pertrechados intelectualmente, por tanto más capaces de confrontar puntos de vista distintos para extraer sus conclusiones.”
Por si fuera poco en uno de los espacios más visto de la televisión cubana hoy, Amaury Pérez aseguró hacerse eco de muchos más cuando le preguntó a Reinaldo Taladrid, por qué el espacio Mesa Redonda “no le dedica un día, al menos un día, como hace Granma los viernes, por ejemplo, a tratar temas nacionales, a responder reclamos de la población, a plantear problemas cotidianos del pueblo de Cuba?”.

Entonces… No es extraño que lectores, oyentes y/o televidentes opinen con más o menos dureza sobre el trabajo de la prensa. Eso forma parte de la regularidad del periodismo, al punto de que casi todo el mundo se siente con la autoridad suficiente para sentenciar, cuál debe ser el contenido “correcto” de los medios. Contra esa tendencia habremos de convivir siempre pues a fin de cuentas escribimos o hablamos para ser leído y escuchados.
Probablemente el clamor de que la Mesa Redonda aborde temas nacionales haya nacido de cierta noción creada en los públicos nacionales de que “ese” y no otro era el espacio para las noticias de verdadera relevancia. Ya varios colegas advirtieron sobre esta situación, así que no abundaré demasiado al respecto. La más reciente alerta la hizo el propio Taladrid, quien al responderle a Amaury señaló: “Hay tres periódicos nacionales con distintas frecuencias, dos diarios, uno semanal. Hay revistas, hay programas de radio. Hay otros programas de televisión. Realmente poner ese peso solamente en la Mesa Redonda, me parece que es un poco desproporcionado”.
Desde luego ampliar lo suficiente los espacios de debate mediático sobre la realidad nacional al punto de convertir a la Mesa Redonda es uno más, no dependería únicamente de los profesionales de la información. Pero sería un camino en el que ganaríamos todos.
Igual, aunque considere sumamente simplista sentenciar si un reportaje de prensa tiene más calidad que una carta, pues en resumidas cuentas es una valoración personalísima y debe ser tratada como tal. A veces creo que a los periodistas cubanos nos pasa como a las telenovelas y películas de producción nacional.
Si a los culebrones de O Globo o los trillers de Hollywood se les perdona, hasta se les exigen, la fórmula para escapar de la realidad y los problemas cotidianos; a los noticieros y periódicos no se les perdona el más mínimo desliz en este sentido. Es la realidad y punto.
Ahora bien ¿Qué realidad? Porque aquí entra al ruedo, por enésima vez, la subjetividad de quien opina ¿Qué significa “reflejar la realidad”? ¿Dónde está la frontera entre decir los problemas “con calidad”, como pide el amigo Pérez-Terán y especializarse en echarle sal a las heridas como hacen todos los días los asalariados del Imperio?  Eludiendo, de paso, la manzana podrida de “darle a la gente lo pide” porque ¿Quién puede establecer un gusto absoluto como para complacer hasta el último individuo?
Por eso no pierdo el sueño si alguien no está conforme con nuestro trabajo. Lo perderé, sí, cuando sienta que las voces son demasiadas. Si eso estuviera ocurriendo ahora, sería algo ciertamente peligroso, no tanto para nosotros que somos pasajeros, sino para la credibilidad misma de nuestro Socialismo.

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