Posted by : Unknown sábado, 7 de septiembre de 2013

Gerardo Alfonso canta sobre distancias y separaciones pero quiero escribir de “Tati”, un albañil veterano de la guerra de Angola que por 21 años ha cuidado cocodrilos entre los manglares de la costa sur de Las Tunas. A él, como a mí, le gusta mirar el mar, sin embargo me aventaja en que, cada dos semanas, tiene a la inmensidad del Caribe para él por 15 días, los mismos durante los cuales permanece junto a sus dos compañeros en la Estación Biológica Miguel Álvarez del Toro perteneciente al Refugio de Fauna Monte Cabaniguán-Ojo de Agua-Zabalo.


Fito Páez entona que le gusta “estar al lado del camino”, no obstante para llegar a esa Estación es preciso andar por el medio del sendero y hacer una ruta que me recuerda un cuento ruso de la infancia donde el tesoro iba transformándose de liebre en pato, de pato en huevo y de huevo en aguja. Algo parecido les pasó a nuestros transportes: primero fue ómnibus Girón, luego camión, después tractor, un rato simplemente los propios pies hasta trocarse en bote.

Ahora mismo Tati y sus colegas cuidan la cinta amarilla que le regalamos para que pudieran unirse al llamado hecho  por René, pero no pueden ver la televisión pues un vendaval estropeó el convertidor del panel solar. Así que por un tiempo en las noches solo podrán encender las luces e irse a pescar; si porque la Empresa de Flora y Fauna pone los alimentos para acompañar pero el plato fuerte sale del agua salada.

Los días se van rápido en la “Miguel Álvarez del Toro” en época de ciclo de monitoreo de la densidad de la población o de la “la saca”, o sea de eclosión de los huevos de los cocodrilos. Esta última es una tarea dura porque los nidos se buscan de noche; para encontrarlos se va clavando una lanza en las arenas removidas y si el implemento sale embarrado de la clara… ¡ahí esta!


Obviamente el procedimiento provoca la irremisible ruptura de un huevo, mas es preciso hacerlo pues si por alguna razón la madre abandona el nido, hombres como Tati los llevan 15 kilómetros al norte, al poblado de Zabalo donde, junto a las oficinas del Refugio, esta el criadero. Ahora mismo allí crecen en cautiverio 495 ejemplares del cocodrilo acutus o cocodrilo americano, la especie existente en toda la Ciénaga de Birama.

Para el forastero todos los esteros parecen iguales, no para gente como Tati, ellos se los saben de memoria y los recorren a cualquier hora. Ora en la pesca de su cena o la que alimentará a los cocodrilos del criadero, ora evaluando el estado de las poblaciones de las aves y plantas.

Su labor no es nada sin el resto del equipo de especialistas que realizan su trabajo divididos en aspectos específicos a saber: reptiles, especies invasoras y educación ambiental. Aquí las mujeres no se andan con chiquitas, por ejemplo a la hora de cargar las tablas para restablecer la pasarela de madera que elimine definitivamente el tramo de un kilómetro y medio, quizás más, que actualmente debe recorrerse por el fango del manglar para llegar hasta el muelle donde esperan las embarcaciones.

Además porque las 14 mil hectáreas del Refugio incluyen tanto ecosistemas costeros como de bosque y sabana, que también requieren cuidados de amenazas como el marabú, el ganado vacuno, sorprendentemente abundante aquí, así como la caza y pesca furtivas…

“Pamparamparampanpam mi amor” se oye en la inolvidable voz de Elena Burke. Justamente lo de Tati y el resto del equipo del Monte Cabaniguán es eso: amor bien real, de dedicación, sudor y esfuerzo cotidianos por la naturaleza.

“Pepa tiene un camisón” canta Compay Segundo y vuelven los recuerdos de mi primera Ciénaga, la de la caminata nocturna, de guerrilla y sueños compartidos. Ahora fue una nueva pero con sabor a regreso.



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