Posted by : Unknown lunes, 21 de octubre de 2013

Cómo medir a una persona? ¿Por cómo es o por lo que tiene? ¿Lo que poseemos no determina o influye en cómo somos? La respuesta más obvia y cómoda sería decir: “No, lo importante es lo que cada cual lleva adentro”. Sobre todo porque nos da una imagen de austeridad espiritual que probablemente sea bien vista por la sociedad. Pero el juego se complica a la hora de ser consecuentes con esa retórica que suena muy bien al oído.

Hay quien se mide y en consecuencia califica a los demás, por la calidad del teléfono móvil que tenga. Dejas de ser persona para convertirte en un objeto, en algo “cosificado”. Si entre pantallas táctiles se te ocurre sacar un viejito Motorola de teclas parecerás un Hombre de Neanderthal viviendo en el siglo XXI. No hablemos de quienes dependen de los aparatos fijos, ¿esos? Esos simplemente no existen.


Otros segmentan a sus amistades por los ordenadores que tienen. “¿Fulano? Ese es un tipo importante, imagínate que su computadora tiene mouse inalámbrico y su motherboard es de última generación. ¿Zutano?, ¡pobrecito! Su PC nada más que aguanta Windows XP y con suerte algún que otro procesador de texto”. Si Frank Kafka los viera quizás reescribiría su Metamorfosis y Gregorio Samsa ahora se despertaría viendo su boca convertida en un puerto USB, sus ojos en un par de sensores fotosensibles y el corazón en un microprocesador.

Es lucir el último jean o el calzado tan acabadito de llegar que todavía tiene ese olor a “yuma” diciéndote que hasta ahorita mismo anduvo volando en el avión de alguna línea aérea extranjera. Entonces el portador es feliz reduciéndose a ser un par de zapatos o un pantalón.

O cuando se prioriza los objetos que eventualmente beneficiarán a uno por encima de aquello que, tal vez, pueda hacerle más falta a la mayoría porque se olvidó la importancia de la tarea común.

Puede que los idealismos no llenen el estómago. Sin embargo, sería muy trágico que con el paso de los años la mente se nos estreche tanto que seamos incapaces de ver más que una tecla o una superficie de vidrio y no los dedos que los presiona; o que el intelecto muera en los límites de trozo de tela y pierda la capacidad de emocionarse con una mariposa, de asombrarse con un pequeño reptil acechando a una mosca, de imaginar que una nube es un dragón con la boca abierta u olvide el olor a tierra mojada después de un aguacero.

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