Posted by : Unknown jueves, 30 de enero de 2014

En un tiempo venidero la humanidad olvidará como computar por sí misma, al punto que Myron Aub, un simple programador, será una sensación porque descubrirá, casi por casualidad, que sin ayuda es posible responder a esta pregunta: ¿cuánto da 17 por 23?

La ciencia ficción tiene el encanto de hacernos notar las esencias y plantearnos interrogantes que a menudo pasamos por alto. Leyendo el cuento de Isaac Asimov La sensación de poder empecé a sospechar que estoy perdiendo ciertas facultades como la de resolver con la agilidad de antes una operación matemática aparentemente simple como la planteada en el párrafo anterior.

¿Será cierto? Me preguntaba cuando en la historia del escritor llegó esta escena:

“Ponga en el papel cinco, siete, tres, ocho. Será, cinco mil setecientos treinta y ocho. 

“— Sí, señor -dijo Aub, sacando una nueva hoja de papel.

“— Ahora -y tecleó más en su computadora-, siete, dos, tres, nueve. Siete mil doscientos treinta y nueve.

“— Si, señor.

“— Ahora multiplique los dos.

“— Tardaré algo -tartamudró Aub.”


Entonces volví a ser Aub y, bolígrafo en mano, garabateé dígitos y líneas sobre el block de notas… otro primer intento fallido pues el resultado obtenido fue diferente al de 41 millones 537 mil 382 tartamudeado por este “técnico de poca monta”, como lo describe Asimov.

Las Matemáticas, como los deportes y un montón de cosas más, viven en la repetición y descubrí que ya no soy el mismo con las multiplicaciones especialmente a las que involucran a los dígitos siete, ocho y nueve. Igual con las divisiones y ¡ni hablar de las raíces cuadradas!, de las cuales apenas recuerdo alguna y resulta que estas también puede obtenerse sin valerse de una calculadora.

Ahora mismo en Estados Unidos, funcionan varias escuelas cuya distinción es no permitirles a sus alumnos el uso de ningún tipo de dispositivo informático. En la Waldorf School de Península, Estado de California, las tres cuartas partes de los alumnos inscritos son hijos de empleados de empresas como Google, Apple u otras establecidas en el complejo conocido como Silicon Valley, y por tanto vinculadas al mundo las tecnologías de la info-comunicación.

“La computadora no es más que una herramienta. El que sólo tiene un martillo piensa que todos los problemas son clavos”, le dijo a la prensa Pierre Laurent uno de los padres y empleado de Microsoft quien colocó a sus hijos en la Waldorf.

“Los educadores de Waldorf creemos que es mucho más importante para los estudiantes interactuar entre ellos y con sus maestros, y trabajar con materiales reales más que a través de medios electrónicos. Mediante la exploración de un mundo de ideas, participando en el arte, la música y actividades prácticas, los niños se desarrollan saludables, robustos, balanceados y con cerebros bien integrados, confiados en sus habilidades prácticas”, aseguran en la presentación los dueños de esta escuela.

Un principio que todavía, por cierto, está vivo en la educación cubana aunque para muchos sea síntoma de “retraso”. Enseñarle a nuestra descendencia las reglas básicas del cálculo matemático no suena tan subdesarrollado cuando se asume como un método útil para formar al intelecto sobre la base de la creatividad y el análisis.

La comodidad de los ordenadores podría estarnos conduciendo a la atrofia y a eventualmente perder la capacidad de hacer únicamente con nuestros cerebros operaciones como las hasta aquí descritas.

Sin mencionar que hay quien estima ya impensable hacer un simple trabajo de escuela sin consultar Internet cuando probablemente la información necesaria pueda encontrase en cualquier biblioteca (Sí, ¿se acuerdan? ese lugar donde está los libros).

Las computadoras están ahí para posibilitarnos logros impensables para la humanidad pero, como en todo, los extremos son tenebrosos. De lo contrario terminará cumpliéndose la profecía de Asimov: ver a un parlamentario presentarle a un presidente la capacidad humana de realizar, a mano, sumas, productos o divisiones como “el camino hacia la liberación de las máquinas”.

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