Posted by : Unknown viernes, 4 de marzo de 2016



Uno podría llegar a decir que House of Cards te grita en la cara como Donald Trump lo que el resto de la clase política estadounidense se calla por conveniencia. Apetito por el poder, cinismo a raudales y la constante seducción que ejerce en las audiencias el maquiavelismo de las intrigas palaciegas, de todo eso bebe esta serie cuya cuarta temporada estrenará Netflix vía streaming este 4 de marzo.

En las tres temporadas previas House of Cards ha tocado aristas ilustrativas del entramado político de una nación que lleva siglos autoconvenciéndose de ser el modelo a seguir: el tráfico de favores dentro del Congreso, los caciquismos en los estados, la creciente influencia de las oficinas de cabildeo y hasta el jugoso negocio que es la “filantropía” de las ONG’s.

Tampoco han quedado fuera de su examen otros asuntos muy a debate en la opinión pública norteamericana como la asociación creciente de los grandes medios de comunicación con la élite política; las prácticas de espionaje interno sobre la ciudadanía; el rol decisorio de las “donaciones” financieras en las campañas electorales o el uso habitual que hace la Oficina Oval de sus prerrogativas para asesinar en nombre de la lucha contra el terrorismo.

Desde el comienzo la serie tomó el camino de llevar al telespectador medianamente consumidor de noticias a asociar quienes ve en la pantalla con los sujetos políticos reales. A ese propósito tributan por ejemplo personajes como el de Catherine Durant (Jayne Atkinson) cuyas semejanzas físicas y de carácter la acercan mucho a Hillary Clinton quien ejerció como secretaria de Estado en el primer periodo de Obama; o el caso del presidente ruso Victor Petrov (encarnado por Lars Mikkelsen) muy parecido a la imagen que del verdadero mandatario europeo (Vladimir Putin) proyectan los medios en los Estados Unidos.
En un probable arranque de sinceridad el presidente, el de verdad, Barack Obama, se confirmó como seguidor de la serie: “Me gustaría que las cosas fueran tan rudamente eficaces”, aseguró durante una sesión de fotos con Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix.

En el tráiler de la inminente cuarta temporada se ve decir a Frank Underwood, para su campaña de reelección: “Creo en dirigir a la gente en la dirección correcta, pero al final todos debemos ser libres para tomar nuestras propias decisiones. Dicen que tenemos los dirigentes que nos merecemos. Creo que Estados Unidos merece a Frank Underwood”. Esa frase, el hecho de que la cuarta temporada arranque solo tres días después del “Súper Martes” –uno de los instantes más esperados dentro la contienda electoral–, y lo que ha estado ocurriendo sobre todo desde la tercera temporada, hacen sospechar que los guionistas de House of Cards han decidido participar de un modo muy particular en el debate político que subyace en la verdadera carrera presidencial en EE.UU.

De hecho en ese tercer segmento visto el año pasado, el enemigo de turno del protagónico fue trasladándose desde China o Rusia hacia el interior para centrarse en Heather Dunbar (interpretada por Elizabeth Marvel) cuyo discurso contestatario al estilo de “salvemos a América (sic) de estos políticos” suena muy similar al de los precandidatos que fuera de la pantalla ahora mismo cuestionan a las maquinarias partidistas tradicionales: Bernie Sanders, en el lado demócrata y Donald Trump, entre los republicanos.

Con esa evolución, House of Cards se une al discurso compartido por igual entre conservadores y liberales estadounidenses: América está en crisis y por ende la nación ha visto reducido su liderazgo moral a escala global. Es una alerta que ya estábamos viendo en otras series como The Newsroom, que desde el ámbito periodístico desarrolló un mensaje homólogo que podría resumirse así: “Fuimos una gran nación pero ya no lo somos porque hemos dejado crecer demasiado el poder de las grandes transnacionales, quienes a su vez han corrompido el ideal de capitalismo como encarnación de las libertades individuales basadas en la libre empresa”.

Y justamente por eso no conviene perder la perspectiva. ¿Para quién fue concebida House of Cards? Si creyéramos que su propósito es cuestionar el sistema político-cultural donde ha sido concebido sería de tal ingenuidad que solo conduciría a legitimar al objeto propio de la crítica.

La “libertad” que ve amenazada la serie termina en la puerta de las esencias del capitalismo, edificadas bajo preceptos del culto a la ganancia y la competencia salvaje y excluyente –asunto que apenas rozó- como si se tratara de la maldad o la locura de un individuo.

Decía Gore Vidal que EE.UU. son los “Estados Unidos de la Amnesia”, por el intrínseco olvido que cíclicamente hacen de su historia real. Frente a House of Cards la mayoría de los receptores terminará seducido con la astucia de este Frank “Maquiavelo” Underwood contemporáneo de cuello blanco y teléfono móvil en el bolsillo. A lo sumo confirmará lo que le repiten otras series como la sumamente adictiva Games of Thrones: que el honor y los remordimientos de conciencia son estorbos anacrónicos en el camino hacia el poder añorado, que en el mejor de los casos nos conducen al ostracismo y en el peor, a la muerte.



*Publicado originalmente en Cachivache Media

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