Posted by : Unknown miércoles, 30 de enero de 2019

Después de que en diciembre pasado el Parlamento aprobara la nueva Constitución de la República, probablemente usted sea uno de los millones de cubanos participantes en la consulta popular que haya evaluado cuánto de lo plasmado en esta última versión coincide con su propio criterio. Si no lo ha hecho todavía, pruebe a ir contra la tendencia mayoritaria y no deténgase en los artículos relacionados con el matrimonio, cuyo contenido atrajo en demasía la atención.

Hágalo y distinguirá que nada ni nadie podrá estar por encima de un texto que deberá ser acatado por individuos, organizaciones e instituciones, independientemente de su rango. Luego va y nota cómo refrenda igualmente el carácter socialista de la economía cubana, sin pretender que las leyes del mercado no existen, sino que estas, al igual que las otras formas de propiedad, son parte de la diversidad necesaria en el panorama económico doméstico.

Resístase a ir directamente al Artículo 82 y advertirá los progresos que propone esta Constitución en materia de derechos. Ante todo, porque los llama simplemente así: derechos, concediéndoles a todos la misma jerarquía y valor; e incluso, incorporando otros definitorios en los tiempos actuales como el acceso a la información pública veraz, objetiva y oportuna.

Observe que la dignidad humana y la igualdad son dos conceptos que tampoco deja al azar. Al primero lo coloca como el valor supremo que rige el reconocimiento y ejercicio de los demás derechos; y al segundo lo protege de cualquier rezago discriminatorio, perfeccionándolo en lo llamado por los juristas cláusula residual, que prescribe a futuro cualquier otro supuesto o circunstancia que implique lesión a esa dignidad.

Si todavía conserva la cordura de alejarse de los caminos trillados del análisis percibirá la presencia de una serie de garantías o mecanismos protectores de los derechos ante posibles amenazas o lesiones derivadas de la acción del Estado o de entes particulares, así como para lo tendiente a la seguridad jurídica y a lo relativo a procedimientos muy valiosos en la prevención de arbitrariedades sobre la integridad física de los ciudadanos (el habeas corpus) o sobre los datos personales (el habeas data).

Intente no quedarse en las ramas mientras estudia esta Carta Magna, que se someterá a referendo el próximo 24 de febrero, y advertirá que hace más expedito el camino hacia el inaplazable protagonismo de los municipios, reconociéndoles su autonomía y estableciendo garantías a los derechos de petición y de participación popular que, conducidos con inteligencia, derivarían en una expresión genuina del ejercicio y control democrático del poder. Ahora, anótelo, la Contraloría General de la República tendría rango constitucional, paso que sería clave para el combate a la corrupción.

Probemos a colocar este cardinal texto frente a los resultados numéricos de la consulta popular. Concordaremos en la evidente distancia entre la voluntad individual pura y dura, y la coherencia legislativa o sencillamente lo correcto. La mayoría, por ejemplo, consideró innecesaria la limitación de los mandatos presidenciales, acaso influidos por el ejemplo de Fidel y la Generación del Centenario, olvidando que esa excepcionalidad es precisamente una ruptura a siglos de autoritarismo desde el poder del que sabiamente debemos vacunarnos, también desde la Constitución.

Llegado a este punto cabe valorar la cuestión del matrimonio. En definitiva, quedó en su reconocimiento como una de las formas de organización de las familias, dejándole a la Ley su desarrollo posterior. Más allá de cuál es su parecer al respecto, posiblemente coincida en que la Comisión Redactora optó por el camino de la conciliación en lo concerniente a un tema que, admitámoslo sin rubor, fracturó la opinión pública. Era acaso un resultado previsible ante la temeridad de reformular al matrimonio dentro de la nueva Carta Magna, a sabiendas de que generaría la oposición franca, no solo desde las instituciones religiosas, sino también de laicos o ateos. Todavía no sabemos con certeza cómo se sobrepondrá la sociedad cubana a este cisma. De plano ha sido inteligente la apuesta por la prudencia.

¿Qué no está todo lo que usted esperaba? Inclúyame en esa lista. Aunque eso también es parte del camino de aprender qué es construir consensos. ¿No le parece? Pero inclusive, si usted es de los más inconformes al punto de considerar la opción de un voto negativo, porque no encontró su planteamiento exacto, piense si en general no estamos ante una Constitución mucho más acabada, democrática, moderna y atemperada a la realidad concreta del país.

Le sugiero ver el asunto desde el punto de vista siguiente: de prevalecer el voto positivo en la consulta del último domingo de febrero, diríamos ¡Sí! no solo al documento propiamente dicho, que ya es bastante. Además, como pueblo soberano, estaríamos ordenándoles a nuestros diputados poner manos a la obra y configurar el paquete legislativo sucesivo que especificará lo refrendado en la Ley de leyes. Por consiguiente, la Constitución sería la bandera alrededor de la cual nos aglutinemos para defender el proyecto socialista cubano. 

 

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