Posted by : Unknown lunes, 22 de septiembre de 2008

* Si en los 60 un “Ike”, pero de apellido Eisenhower, se quedó con las ganas de derrotarnos; más temprano que tarde de este otro, junto con Gustav, también solo quedará el recuerdo.

Los huracanes forman parte de la vida de este archipiélago desde el inicio de los tiempos. De hecho la palabra es una de los pocos recuerdos que nos quedan de quienes habitaron por primera vez estas tierras. Colón sufrió sus embates en unos de sus viajes y los españoles los nombraban como los santos, tal vez para, de paso, pedirles clemencia.
Su cercanía o impacto está con nosotros desde la niñez; primero como algo extraño que hasta se espera con la inocente curiosidad infantil, solo para ver volar objetos aparentemente pesados y seguros. Luego nos percatamos de todo el desastre que traen consigo y entonces los respetamos por su fuerza devastadora.

Desde la distancia, pero luego…
Con Gustav fue como de costumbre, amenazó al Oriente de Cuba, pero finalmente fue a dar donde los anteriores: al Occidente. Desde la distancia observamos las imágenes de la devastación, y también, como era habitual, todos nos preparamos para cooperar en lo posible a los compatriotas del Oeste.
Ike fue diferente. Esta vez las escenas de techos destruidos, gigantescos árboles arrancados de raíz y postes abatidos como palillos de dientes no estaban en las pantallas de la televisión, sino, en el mejor de los casos, en la misma calle.
Recorrer amplias zonas de los municipios Puerto Padre y Jesús Menéndez, por solo citar dos de los más afectados, es apreciar el panorama de miles de viviendas sin sus cubiertas, o aquella, cuyo techo de cinc voló varias decenas de metros, hasta arrasar con una mata de mango.
Ahora los destrozos no estaban en las noticias como un suceso de otros, podían tocarse con las manos o escucharse por boca de familiares o amigos. Eso, indudablemente marcará la psicología de esta generación.

Muchas manos ayudan, ¿y los otros? a la M…
Es en estas horas de calamidad donde, de nuevo, se sabe quién es quién. Sobre todo en lo referente a la ayuda. Abundan las historias de personas que abrigaron en sus viviendas a desconocidos y muchos que, sin esperar a ver la luz del sol ya hacían de todo para recuperar todo lo posible.
En Miami se extendía la discusión bizantina sobre si retirar o no las restricciones a los viajes y las remesas: Los buitres de la contrarrevolución se cebaban en el desastre, empleando su tiempo en esparcir rumores y el desaliento. Desde Washington ofrecieron ridículos 100 mil dólares (Timor Leste, mucho más pequeño y pobre entregó cinco veces más), independientemente de la cifra, es evidente que para la Casa Blanca, el fin justifica los medios: La cuestión de fondo es rendirnos por hambre y desesperación. Por eso el bloqueo ha permanecido intacto.
Mientras, varias naciones no se anduvieron con remilgos politiqueros y todavía están enviando la ayuda. Puede que algunas toneladas de alimentos parezca poco, pero significan la sensación de que no estamos solos.
Junto con los gobiernos también nos llega la sana preocupación y solidaridad de los amigos, de quienes nos basta con eso, saber que nos acompañan en estos momentos difíciles, donde una simple palmada en el hombro es suficiente para seguir adelante.
De eso si pueden estar seguros todos, seguiremos adelante. La recuperación será dura y larga, pero si en los 60 el “Ike”, pero de apellido Eisenhower, se quedó con las ganas de derrotarnos; más temprano que tarde de este otro, junto con Gustav, también solo quedará el recuerdo.

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