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- Cuba-México: Tras el borrón y cuenta nueva
El resfriado de primavera de las relaciones entre Cuba y México parece haber quedado atrás cuando el presiente cubano, Raúl Castro recibió al nuevo embajador azteca, Enrique Gabriel Jiménez Remus.
Aunque no trascendieron muchos detalles de las conversaciones entre ambas partes, ni de la misiva enviada por el presidente mexicano Felipe Calderón a su homólogo caribeño; puede inferirse el tono conciliatorio del texto por el hecho mismo del encuentro y por las declaraciones que hiciera el embajador de la Isla en la capital mexicana, Manuel Aguilera de la Paz.
“Los dos gobiernos tienen la plena disposición de zanjar el problema”, dijo el diplomático a la agencia NOTIMEX, refiriéndose al más reciente episodio que agitó las aguas del estrecho de Yucatán. Está vez causado por la interpretación torcida de la Residencia de Los Pinos a las medidas que tomó La Habana para evitar la entrada al Archipiélago del virus AH1N1.
Sin embargo Aguilera de la Paz aclaró que “es necesario mantener el estricto respeto a las decisiones soberanas de ambos países”, lo cual indica que su país no se quedará callado de producirse un nuevo hecho que considere lesivo a su soberanía.
Sobre el filo de una navaja
Probablemente en décadas no había tenido lugar un periodo tan particular en las relaciones cubano-mexicanas; al punto que podría decirse que estas se mantienen en un impasse anticipando una tormenta que una calma definitiva.
¿Cómo se llegó a esta situación?
Paulatinamente se produjo un giro en la política exterior mexicana, cada vez más lejos de su tradicional postura de respeto a las decisiones soberanas del pueblo cubano.
Si algo distinguió a la patria del cura Hidalgo, Pancho Villa y Emiliano Zapata fue su resistencia a las presiones de Washington para, bajo el manto de la OEA, aislar internacionalmente a la Revolución Cubana.
Una diplomacia anclada en el ejemplo del General Lázaro Cárdenas, fue cada vez más rápido dejándose a un lado, especialmente desde la década de los 90 del pasado siglo. Por eso no sería exacto decir que las graves diferencias bilaterales se deben solo al asenso al poder del Partido Acción Nacional (PAN).
Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) la independencia mexicana comenzó a hacer aguas; y entre las primeras víctimas estuvo su histórica neutralidad frente a los asuntos interno cubanos.
La rúbrica del tratado se produjo, recuérdese, bajo gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Por tanto el cambio de actitud no estuvo motivado, en primera instancia, por plataforma partidista, sino por la transformación en la visión que tenía una misma clase política sobre cuál debía ser su estrategia frente a la Revolución Cubana.
El TLCAN alternó de forma significativa la proyección internacional de México pues la dependencia de su vecino del Norte es desde entonces una cuestión doméstica. Por este camino se volvió una prioridad para su política no molestar a EE.UU. a fin de conseguir el otro objetivo prioritario: el soñado acuerdo migratorio que regularía la situación de los millones de mexicanos indocumentados que hoy viven en la Unión Americana.
Si a la administración de Vicente Fox se le fue la mano en pos de la referida meta, su sucesor no es menos. Desde luego primero tuvo que arreglar el desorden dejado por el ex gerente de la Coca-Cola.
Así las cosas nunca como ahora la actitud del gobierno mexicano frente a la Revolución Cubana ha estado sujeta a factores externos. De manera que no sería muy extraño que dentro de un tiempo más o menos largo estemos, de nuevo, comentando algún nuevo incidente bilateral.
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