Posted by : Unknown domingo, 19 de septiembre de 2010



Primer gran mito: todos los musulmanes son árabes
Desde las películas de Rodolfo Valentino hasta las series animadas sobre Aladin globalizadas por las industrias de Disney, por solo citar dos expresiones, los creyentes en la fe del Islam son habitualmente asociados con los árabes.
Fue este pueblo proveniente de la hoy llama península arábiga quien expandió su religión por todo lo Oriente Medio, el Norte de África y Asia Central. Contrario a la percepción generalizada, en la actualidad la mayor parte de los musulmanes no son árabes. De hecho naciones como Indonesia o Nigeria son  predominantemente islámicas. Irán, por ejemplo, es una república islámica y fue profundamente arabizada desde el siglo VIII de nuestra era, pero sus habitantes descienden de tribus arias emigradas desde el centro de Asia. Su idioma, el farsi, aunque abrazó la escritura árabe, puede ser tan incomprensible para un iraquí o un saudita como lo  sería cualquier  otro idioma.
Además es preciso saber que esta civilización no solo es la secuela de los pobladores del desierto arábigo son una cultura fruto de la conquista y el aporte de otros pueblos como los asirios, fenicios, persas, romanos, bizantinos, entre otros. Así en el norte de África, los bereberes, si bien comparen la fe con los pueblos de Arabia, no ocurre así con las costumbres.

Segundo mito: el islam es solo guerra santa y terrorismo
En ocasión del noveno aniversario de  los atentados en el World Trade Center el líder de un grupo cristiano estadounidense  alcanzó notoriedad cuando trató de realizar una quema masiva del Corán, el libro para más de mil millones de habitantes de este planeta. Hace unos años una revista europea publicó, no solo ofendió a la fe islámica representando gráficamente a Mahoma, sino que lo hizo colocándole una bomba en su turbante. Ambas ejemplifican cuanto se ha estigmatizado al islamismo en la supuestamente culta civilización judeo-cristiana.
Al mismo tiempo la actuación de determinados grupos fundamentalistas musulmanes, en varias ocasiones apoyados desde Occidente, ha contribuido a asociar a esta  religión con el terrorismo.
En su esencia el Islam no difiere demasiado del resto de los cultos monoteístas.  Dicha palabra en lengua árabe no significa otra sino sumisión,  en este caso a Alah a quien consideran el único dios y a Mahoma su último profeta.
Mientras condenan la usura, plantean para sus fieles otras obligaciones como orar cinco veces al día mirando hacia la Meca, dar limosna, mantener el ayuno durante el Ramadán, peregrinar a la Meca una vez en la vida (el Hajj), así como la prohibición del consumo del alcohol y cerdo.
Como el cristianismo, tampoco  es un bloque confesional monolítico. Dentro del Islam existen el chiísmo, corriente seguidora del primo de Mahoma, Alí, a quien se le negó todo derecho de sucesión tras la muerte del profeta. Asimismo cohabitan otras interpretaciones como los ismaelitas,  los fatimidas, los drusos una derivación chiíta que creen en la divinidad de su imam o los alauitas quienes adoptaron prácticas cristianas como la navidad. 
En Arabia Saudita impera el wahabismo una antigua secta originada como reacción a la corrupción y la no observancia de prohibiciones como el alcohol y que predica el retorno a la austeridad.  Aunque los reyes wahabitas que controlan el país no pueden presumir precisamente por darle mucho espacio a la oposición política son uno de los más importantes aliados  de los Estados Unidos en esa parte del mundo.

¿Y entonces…?
No se trata ahora de imponer una fe sobre otra. El islam tiene también sus innegables espacios  de controversia, especialmente el tema de los derechos de la mujer;  aunque en materia de tolerancia religiosa aventajan con creces a otras religiones monoteístas.
En el propósito de la comprensión y el ecumenismo poco podrán ayudar incineraciones de libros o leyes claramente discriminatorias como la aprobada en Francia que hizo obligatoria para las musulmanas el uso de las burkas. Nada más parecido a la práctica hitleriana de marcar las ropas de los judíos con la estrella de David.
A fin de cuentas es una fe como cualquier otra, donde los practicantes con sus prejuicios y modos de apreciar a realidad van a marcar la diferencia entre el extremismo y la tolerancia a la opinión contraria. Partiendo de ese principio y sin tratar de enmarcarlos en nuestra propia psicología podremos, tal vez,  entender mejor al Islam.

En 280 caracteres...

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