Posted by : Unknown sábado, 16 de abril de 2011

Hace 50 años la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos podía vanagloriarse de no haberle fallado nunca a Washington. Las más importantes tareas que le habían sido asignadas por la Casa Blanca desde su fundación en 1947 había sido exitosas; casi todas desde luego relacionadas con derrocar gobiernos considerados hostiles o asesinar líderes estimados de incómodos para sus intereses.
Sin embargo todavía pervive en el imaginario de la Agencia el arranque de cólera del presidente Kennedy  cuando dijo a los más altos directivos de la CIA refiriéndose a la Operación de Bahía de Cochinos: “¡todos estos hijos de p… me aseguraron que todo saldría bien!”.
Si porque el fracaso de Bahía de Cochinos el 19 de abril de 1961, fue ante que todo un fracaso para la Agencia, que no solo le costó el cargo a Allen Dulles, sino que también destruyó el mito de su invencibilidad, especialmente ante los ojos del presidente Kennedy.


Primer fiasco: EL levantamiento interno
La idea inicial de la CIA para derrocar a la Revolución Cubana, y así lo demuestran los documentos desclasificados, era provocar un levantamiento interno o al menos una situación de inestabilidad tal que compulsara al mismo pueblo a derribar al gobierno.
Para lograrlo apelaron a todos los recursos: desde el apoyo a las organizaciones contrarrevolucionarias internas, como a todo tipo de medidas de asfixia económica. Siendo capaces incluso de colocar artefactos explosivos en buques que transportaban armas hacia Cuba, como ocurrió con el vapor francés La Coubre, cuya carga de granadas y municiones explotó en los muelles habaneros el 4 de marzo de 1960.
Paralelamente la CIA suministró toda clase de medios de sabotaje a las más de 300 organizaciones clandestinas dentro de Cuba, las cuales  trataron de crear el caos saboteando la industria, el transporte y el comercio. El incendio de “El Encanto” la mayor tienda por departamentos del país el 14 de abril de 1961 o el tiroteo aéreo a las termoeléctricas Tallapiedra y Hermanos Díaz son una muestra de ello.
Sin embargo la acción coordinada de la naciente Seguridad del Estado y la movilización popular alrededor de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) posibilitaron minimizar la capacidad de maniobra de los agentes internos de la CIA, al punto que para los estrategas de Langley fue claro que sin una acción externa sería imposible dar al traste con la Revolución.

Segundo descalabro: hacer como Castro
El hecho de que un grupo de civiles armados con escasa preparación militar y con apoyo logístico limitado desde el exterior venciera a un Ejército profesional en apenas 25 meses, hizo pensar a la CIA que era posible reeditar lo que había hecho Fidel Castro entre 1956 y 1959 en Cuba.
Para hacerlo contaban con los cubanos descontentos, ya bien los afectados por las medidas revolucionarias  o los atemorizados tras décadas de propaganda anticomunista, a lo cual se unía la capacidad de la Agencia para abastecerlos con el armamento necesario para crear cuantos frentes de lucha armada irregular se estimaran convenientes.
De hecho el Plan inicial aprobado por Dwight. Eisenhower el 16 marzo de 1960, contemplaba la organización de los exiliados cubanos en decenas de teams  de infiltración para apoyar la acción de los grupos armados internos a quienes se les confirió el protagonismo inicial un Plan que desembocaría con el fin del Gobierno Revolucionario.
Así entre mediados de 1959 y fines de 1960 estaban sobre las armas varios cientos de grupos irregulares, fundamentalmente en la llamada Sierra del Escambray (Guamuhaya) a quienes la CIA lanzó decenas de toneladas de armas con el propósito de que fueran la punta de lanza contra Fidel Castro. La Operación Silencio entre siembre de enero de 1960 y febrero de 1961 fue el punto culminante en este esfuerzo logístico.
Sin embargo ya desde mediados de 1960 era evidente que las bandas de alzados eran incapaces de derrocar por sí solas el objetivo propuesto. En entre otras cosas por la actuación combinada de la Seguridad de Estado y las milicias populares que formadas por voluntarios desplegaron más de  50 mil hombres en el Escambray y, dividiendo en sectores el macizo montañoso redujeron prácticamente a cero la capacidad de maniobra de los alzados.
De esta manera la Agencia tuvo que reestructurar a los exiliados que entrenada en Guatemala y Nicaragua, transformando el esquema de teams  de infiltración a la clásica brigada de desembarco aeronaval con la tarea de asegurar una cabeza de playa que permitiera colocar en suelo cubano un gobierno “civil” que legitimara el golpe principal: la invasión de las fuerzas armadas de los Estados Unidos.


Tercer desastre: No hubo sorpresas
No obstante hasta el momento nadie ha podido probar que el máximo líder de la Revolución tuviera semejante información. Además si la hubiera tenido probablemente no se hubiera producido ni siquiera el desembarco el cual, por cierto fue exitoso casi en un 80 por ciento.
La  invasión era un secreto a voces que incluso hasta The New York Times estuvo a punto de publicar y si no lo hizo fue a solicitud expresa de la Casa Blanca. El lugar se pintaba solo. De hecho en una de sus últimas visitas de Playa Girón, en marzo de 1961, y parado en el muelle del lugar Fidel comentó que “Este sería un lugar ideal para un desembarco” y a continuación ordenó que se desplegara un batallón de milicias en el lugar ¿Si él hubiera tenido información  fidedigna del día y fecha del desembarco? ¿No creen que hubiera supervisado personalmente la defensa de Playa Girón?
¿Escaso apoyo aéreo? Falso: la Brigada 2506 contaba con una cantidad de aviones muy superior tanto numérica como cualitativamente mayor que la diminuta y vetusta Fuerza Aérea Revolucionaria. Además los mercenarios contaban con el factor sorpresa siempre que atacaban pues sus aparatos habían sido pintados con las insignias cubanas en flagrante violación de las leyes internacionales. 
Si bien es cierto con los B-26 mercenarios debían volar desde sus bases en Nicaragua y los revolucionarios desde La Habana, mucho más cerca, la superioridad numérica de los primeros siempre marcó la diferencia.
El factor determinante fue el que Fidel ordenara a las aeronaves bajo su mando que golpearan a las embarcaciones mercenarias, con lo cual cortó de raíz suministros claves de municiones y combustibles.
Otra falacia es que un nuevo ataque el 16 de abril a los aeropuertos cubanos hubiera facilitado la acción de los mercenarios. !Falso¡ de haberse producido se hubiera encontrado con todo el dispositivo antiaéreo en plena disposición combativa .
Si el 15 de abril cuando las escuadrillas de B-26 con insignias falsas tuvieron la ventaja de la sorpresa, facilitada con el hecho de que en Ciudad libertad, por ejemplo, algunas piezas de artillería estaban desarmadas. En los días siguientes el panorama era totalmente diferente. Además el mismo 15 de abril con sorpresa y todo, varios de los atacantes fueron tiroteados, uno cayó en las aguas cercanas al malecón habanero y el otro tuvo que hace un aterrizaje de emergencia en las Islas Caimán.
Fueron las habilidad de Fidel como estratega junto a el heroísmo a chorros que desplegaron los milicianos en sus combates los que dieron al traste con el Plan tan minuciosamente preparado por la CIA.

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