Posted by : Unknown jueves, 28 de julio de 2011

Muchas cosas en relación con los atentados terroristas del pasado 22 de julio en Noruega parecen no encajar con el esquema que nos habían dibujado los grandes centros de poder y las trasnacionales mediáticas. Se suponía que los coches bomba solo explotaban en Bagdad, Bombay, Karachi, Kabul o alguna otra ciudad del Tercer Mundo tan golpeado con conflictos étnicos, religiosos o sociales, atizados siempre desde un Norte que se ha creído a salvo.

“Todo esto debe ser fácil de comprar, a menos que uno se llame Abdulá Rachid Mohamed…”. Se había mofado Anders Behring Breivik, autor material de los ataques, en su diario personal, denotando lo sencillo que le fue hacerse de los materiales con los que fabricó los explosivos, simplemente porque no ajustaba a los esquemas de personalidad preestablecidos por los cuerpos de seguridad para los potenciales terroristas.

O sea que era de esperase que los terroristas eran musulmanes fanáticos concentrados en eliminar a todos los infieles. Aún cuando una de los peores ofensas al mundo islámico vino de una revisita europea que, no solo cometió el sacrilegio de dibujar a Mahoma (recuérdese que el Islam no permite ninguna recreación gráfica de Dios o el profeta), sino que lo hizo colocándole una bomba en la cabeza.

De hecho en los primero momento se aludió a que los perpetradores de las masacres acaecidas en isla de Utoya y Oslo, serían integrantes de células de Al Queda o algo parecido, en venganza por la participación noruega en las tropas de la OTAN que ocupan hoy Afganistán.

Cuando a mediados de los 90 la ciudad estadounidense de Oklahoma se estremeció con la explosión de un edificio gubernamental, muchos lo asociaron con los desequilibrios mentales de terrorista Timoty Macbeith, pero luego fueron inocultables sus lazos con las milicias derechistas de su país.

Sin embargo es la nación nórdica la que está viviendo su Oklahoma pues ha sufrido el peor atentado de su historia de manos de unos de sus ciudadanos y ¡extraño! No era un simpatizante de la causa islámica sino más bien todo lo contrario.

En sus primeras declaraciones ante el juez que lleva su causa Behring Breivik aseguró haber cometido los atentados para “salvar a Noruega y a Europa de los musulmanes y del marxismo cultural”.

Y es que el extremismo de derecha en los llamados países del Primer Mundo, podría ser un peligro incluso mayor que el fundamentalismo islámico.

Al valorar los hechos es escritor uruguayo Juan Gelman se hacía eco del diario neoyorquino: el Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés) que en la pasada primavera alertó sobre la existencia, solo en los Estados Unidos de 824 grupos de extrema derecha, de los cuales por lo menos 330, son milicias armadas.

“¿Cómo es posible que un “noruego de pies a cabeza” -así lo describió la policía-, blanco, católico, cometa dos atentados terroristas, además largamente urdidos? ¿El gobierno de Oslo está tan ocupado en las guerras de Irak y Afganistán que no vigila su propia retaguardia?”, estas preguntas planteadas por Gelman ejemplifican claramente cierta despreocupación de las sociedades europeas por el paulatino y peligroso ascenso de las agrupaciones políticas ultraconservadoras, con una alta dosis de violencia.

Solo basta con dar una mirada a países como Francia, Italia, Hungría o la República Checa para descubrir que partidos con un discurso tan extremistas como el mismo diario del terrorista noruego, ha escalado posiciones en los parlamentos; aprovechando muy bien un ambiente de crisis económica donde cualquier retórica racista o antiemigrante cala casi tan rápidamente como lo hiciera en la Alemania de los años 30 del pasado siglo.

Ahora en Noruega probablemente la mayoría de los políticos de derecha traten de distanciarse del discurso de Anders Behring Breivik una tarea ciertamente difícil pues les será imposible esconder que en esencia es la misma ideología. Me hizo recordar los tres días libres para matar que pedían a chillidos los “ultras” de Miami cuando creían inminente el fin de la Revolución Cubana. En el fondo todos son hijos de la misma xenofobia, idéntico racismo y similares cuotas de fundamentalismo político.

 

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