Posted by : Unknown viernes, 21 de septiembre de 2012

Esta mañana no le dije adiós a Rafael Ferrero, porque sus historias y lecciones no se han borrado de mi mente. Como tampoco su fina ironía cuando entraba a mi casa comentando: “seguro que todavía no han hecho café”, mientras encendía un cigarrillo. Entonces se sentaba en la terraza y hablábamos de cualquier cosa, de lo humano y lo divino, sin que importara nunca cuánto duraría la plática.

Siempre aprecié charlar con él porque en sus análisis  encontré opiniones muy suyas, a veces controversiales y hasta en un tono medio autoritario, pero muy sinceras.

Tal vez por eso se buscó más de un problema, mas creo que nadie podrá criticarlo por manifestar sin medias tintas sus criterios. Como tampoco podrán negarle el lugar que se ganó como uno de los fundadores y más genuinos exponentes del movimiento escultórico en Las Tunas.

Fue ese espíritu suyo tan incasable el que lo mantuvo lúcido aún cuando su salud ya estaba seriamente quebrantada. Por eso en nuestra última conversación no hablamos de cosas tristes, sino de sus planes y desvelos por conservar para la posteridad cada una de las tantas esculturas, suyas o no, que existen hoy en Las Tunas.

Porque ahí están sus obras diciéndonos lo mucho que quiso a Cuba a la Revolución. Ese fue Ferrero, un revolucionario de pies a cabeza, tan cubano como su Las Parras querido, el mismo pueblecito junto a la Carretera Central que lo vio nacer y adonde fuimos hoy a enterrarlo.

Con “El Maestro”, como lo saludé siempre para corresponder el epíteto que le daba él a sus amigos, tengo una deuda inmediata que no dejaré de cumplir muy pronto; la otra es mucho más duradera: amar a este país con sus virtudes y defectos.

En 280 caracteres...

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