Posted by : Unknown jueves, 28 de agosto de 2014

Tener un oso de peluche sobre la cama podrá sonar totalmente inapropiado para la habitación de un hombre heterosexual. Lo fabricaron para estar sentado, así que no necesita apoyo para estarlo. Mira hacia ningún lugar. Eso no importa mucho, tampoco su silencio.

En las mañanas decreta el fin del ritual invariable: tender la cama. Es una manía rara, y venido el caso, innecesaria pues hace bastante tiempo que dejó de ser algo obligatorio; igual lo sigo haciendo, quizás sea el rezago la época de becario adolescente o la manera de decirme a mí mismo que empezó un nuevo día.

De modo que ahí está con su lazo dorado amarrado al cuello y su cuerpito que cabe en mis manos, inmóvil.

Ahora mismo es el bibliotecario que les evita a esos momentos tiernos traspapelarse en los estantes de mi memoria. Da lo mismo si fue una aventura puntiaguda y risueña; recostarse en el regazo de un par de senos despiertos, perfectos a la vista y mejores al tacto; un beso; una mano apretada en señal de que quisieron compartir la felicidad; la brisa del mar; cinco deditos dormidos, menudos y filiales sobre mi pecho o una sonrisa pícara perpetuada en una foto, en fin…

Cada cual tiene sus propias ternuras y ya es suficientes con hacerle dicho al mundo que tengo un osito de peluche en el mismo lugar donde duermo todas las noches. Así que me permito guardarme esos y otros lapsos de calidez para echarles mano en los instantes duros. Entonces volveré a mirar a mi osito de peluche para recordarlos.

En 280 caracteres...

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