36 noviembres para 37
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Noviembre no siempre huele a lluvia, a hojas caídas, a viento que desordena
las ropas y las manda a volar muy lejos. Noviembre, mes de los rojos y
amarillo...
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- El sentido de la misión
Posted by : Unknown
sábado, 18 de octubre de 2014
“Ya estoy en Sierra Leona, esto es el Cuarto Mundo, pero hay que meterle y el grupo mío tiene que entrarle duro de verdad. Hasta el momento estamos en la capital. Dentro de unos días saldremos para provincia. (…) Aquí la comunicación esta muy difícil, y la energía eléctrica es un lujo. Explícale a los muchachos que su papá está excelentemente bien y que es un tipo encojo…, que los quiere mucho y que cuando pueda algún día se comunicará con ellos, (…) necesito que le trasmitas mi amor y mi compromiso, besos”.
Ese fue uno de los primeros mensajes enviados por uno de los brigadistas médicos cubanos que ahora mismo están mirando de frente a la muerte para detener la epidemia de ébola. Antes, otro le había confesado a una periodista instantes antes de subir a la aeronave que los llevaría a África occidental que su mayor temor, en ese momento, era tener que abordar un avión.
Ese fue uno de los primeros mensajes enviados por uno de los brigadistas médicos cubanos que ahora mismo están mirando de frente a la muerte para detener la epidemia de ébola. Antes, otro le había confesado a una periodista instantes antes de subir a la aeronave que los llevaría a África occidental que su mayor temor, en ese momento, era tener que abordar un avión.
Es, ¡que nadie lo dude! la mayor expresión de heroísmo y solidaridad pues todo el dinero del mundo no paga lo que ellos están haciendo.
Pero… ¿y los que están aquí? A esos les tocan una tarea también colosal, ir sumando los pequeños heroísmos cotidianos que arman otro mayor: el de vencer la rutina, el agotamiento, la desidia, la chapucería. Ese diario cumplimiento del deber que se extraña justamente cuando no está. Entonces aflora el pernicioso comentario: “¡claro, si estuvieran de misión seguro que atendía bien!”.
La nueva gesta cubana en el continente que vio nacer a la especie humana podría ser la oportunidad para reparar en ese primigenio sentido de la colaboración médica de este país más allá de sus fronteras.
Porque, sí, se advierte que los ingresos de la nación por concepto de los servicio de los galenos más allá del mar, unos ocho mil millones de dólares anuales son una cifra para nada despreciable; mas eso no significa que se torne en el principio y fin del empeño.
El humanismo no se puede medirse por los dígitos en una nómina salarial o el tamaño de una tarjeta magnética.
Aleida Guevara March, mientras atendía a sus pacientes en un rincón intricado de Cuba, le recordaba a un entrevistador que su padre, el Che, decía “que uno no puede ser héroe solo en los momentos magníficos, hay que ser héroe todos los días de la vida. Y eso es lo que la gente olvida”. Entonces no solo habría que exaltar a quienes cruzaron el Atlántico para salvar vidas. También a quienes les tocó estar aquí para hacer la labor de sus colegas ausentes.
“No todos los hombres y las mujeres renacen como revolucionarios, es cierto, a veces ni antes ni después del cumplimiento de una misión internacionalista alcanza esa condición superior, como diría el Che”, reflexionada el ensayista Enrique Ubieta.
“Es legítima –comentaba- la aspiración de asegurar un bienestar material mínimo al finalizar una misión, donde se ha expuesto la vida y entregado el corazón, sobre todo si se procede de un país pobre y bloqueado, y a veces se tiene precarias condiciones personales de vivienda, pero algunas personas llevan consigo los patrones globales de éxito que la cultura oficial capitalista impone”.
Eso últimos son los que someten a sus familiares a la zozobra del desarraigo con la única razón de “resolver” cuestiones materiales que irremediablemente fenecerán con el tiempo. Como aquella doctora, según cuenta Ubieta, que se fue por cuatro años a Venezuela porque su hija no tenía los zapatos soñados para su fiesta de 15 años. Finalmente la joven los tuvo, pero se negó a festejar porque no estaba su mamá. La cuestión era que la muchacha sentía que su madre se había ido por la única razón de traerle el calzado nuevo.
Las necesidades duelen, laceran el alma, pero cuando son la única motivación para la colaboración médica terminan socavando los principios y valores que han marcado la diferencia en nuestro país. Ojalá y la soberanísima decisión de un grupo de compatriotas sirva, además, para robustecer allí donde pueda estar dormida y crecer donde haya sido sembrada, la semilla del sacerdocio que significa en Cuba prevenir las dolencias o curar a los enfermos aquí, o en cualquier lugar del mundo.
Pero… ¿y los que están aquí? A esos les tocan una tarea también colosal, ir sumando los pequeños heroísmos cotidianos que arman otro mayor: el de vencer la rutina, el agotamiento, la desidia, la chapucería. Ese diario cumplimiento del deber que se extraña justamente cuando no está. Entonces aflora el pernicioso comentario: “¡claro, si estuvieran de misión seguro que atendía bien!”.
La nueva gesta cubana en el continente que vio nacer a la especie humana podría ser la oportunidad para reparar en ese primigenio sentido de la colaboración médica de este país más allá de sus fronteras.
Porque, sí, se advierte que los ingresos de la nación por concepto de los servicio de los galenos más allá del mar, unos ocho mil millones de dólares anuales son una cifra para nada despreciable; mas eso no significa que se torne en el principio y fin del empeño.
El humanismo no se puede medirse por los dígitos en una nómina salarial o el tamaño de una tarjeta magnética.
Aleida Guevara March, mientras atendía a sus pacientes en un rincón intricado de Cuba, le recordaba a un entrevistador que su padre, el Che, decía “que uno no puede ser héroe solo en los momentos magníficos, hay que ser héroe todos los días de la vida. Y eso es lo que la gente olvida”. Entonces no solo habría que exaltar a quienes cruzaron el Atlántico para salvar vidas. También a quienes les tocó estar aquí para hacer la labor de sus colegas ausentes.
“No todos los hombres y las mujeres renacen como revolucionarios, es cierto, a veces ni antes ni después del cumplimiento de una misión internacionalista alcanza esa condición superior, como diría el Che”, reflexionada el ensayista Enrique Ubieta.
“Es legítima –comentaba- la aspiración de asegurar un bienestar material mínimo al finalizar una misión, donde se ha expuesto la vida y entregado el corazón, sobre todo si se procede de un país pobre y bloqueado, y a veces se tiene precarias condiciones personales de vivienda, pero algunas personas llevan consigo los patrones globales de éxito que la cultura oficial capitalista impone”.
Eso últimos son los que someten a sus familiares a la zozobra del desarraigo con la única razón de “resolver” cuestiones materiales que irremediablemente fenecerán con el tiempo. Como aquella doctora, según cuenta Ubieta, que se fue por cuatro años a Venezuela porque su hija no tenía los zapatos soñados para su fiesta de 15 años. Finalmente la joven los tuvo, pero se negó a festejar porque no estaba su mamá. La cuestión era que la muchacha sentía que su madre se había ido por la única razón de traerle el calzado nuevo.
Las necesidades duelen, laceran el alma, pero cuando son la única motivación para la colaboración médica terminan socavando los principios y valores que han marcado la diferencia en nuestro país. Ojalá y la soberanísima decisión de un grupo de compatriotas sirva, además, para robustecer allí donde pueda estar dormida y crecer donde haya sido sembrada, la semilla del sacerdocio que significa en Cuba prevenir las dolencias o curar a los enfermos aquí, o en cualquier lugar del mundo.
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