36 noviembres para 37
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Noviembre no siempre huele a lluvia, a hojas caídas, a viento que desordena
las ropas y las manda a volar muy lejos. Noviembre, mes de los rojos y
amarillo...
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Posted by : Unknown
domingo, 9 de noviembre de 2014
Aunque lo niega, mucho
de este Antonio Medina Segura que conozco, probablemente ya estaba en aquel joven de
19 años que se fue a un tecnológico industrial en la otrora RepúblicaDemocrática Alemana (RDA); más allá del pelo largo, el ingenio y la
determinación de no dejarse aplastar por nadie. Tampoco admite ser bueno
hablando alemán, sin embargo al evocar esa época varias veces lo hizo con palabras
y frases completas en ese idioma.
Era una conversación que
me debía hace tiempo pues Tony siempre ha sido como mi máquina del tiempo a una
etapa que viví pero sin la madurez suficiente. Ahora los 25 años de la caída del
Muro de Berlín fueron el pretexto para romper, por fin, el hielo mientras él escarbaba
en sus fotos como quien hurga en sus recuerdos...
¿Por qué a Alemania?Me gradué en La Habana de mecánico en reparaciones de
máquinas y herramientas. Me enviaron a la CUJAE para hacerme especialista en Mantenimiento
Preventivo Planificado. Supuestamente iríamos a España, un electricista y yo a comprar
unas grúas para el Laminador que se construía en Las Tunas. Luego me pasaron al
área de lubricación y pensaron que era mejor mandarme a estudiar a Alemania.
Eso fue en 1986.
A Alemania no me la imaginaba, no conocía nada. Para mí el
sueño era la URSS, Bulgaria o Checoslovaquia porque la mayoría de mis amigos
habían estudiado allí. Pero la ensambladora de autos que se suponía que íbamos
a tener en Las Tunas solo la había en Alemania y para allá fuimos 11.
Primero pasamos un curso de idioma e íbamos adaptándonos con los trabajadores en
diferentes fábricas de la industria automovilística. Era como un tecnológico,
el Federico Engels, en Leipzig de allí pasaríamos a la Universidad Lenin.
Los alemanes…
Al principio fueron super extraordinarios. No sé si por mis 19 años les agradé siempre. Sin
embargo había un tipo, lo llamábamos “el
Petroya” que tenía todas las características del típico nazi: alto, fuerte, de
pelo blanco. Recuerdo que en una de las
primeras clases de idioma, yo cansado por el cambio de horario estaba como
recostado en mi asiento y él viene y me da con el pie. Me paré y lo pateé
también. “No. Me puedes mandar para mí país ahora mismo. Yo seré negro pero a
mío nadie me patea”, le dije.
Sin embargo tú no
eres negro. En Cuba eres blanco…
Había xenofobia. Lo pude ver en los primeros momentos. Ser extranjero,
no importaba si eras rubio para ellos eras un negro. Cuando no, pasaba por
indio. Hubo una señora que fue como mi segunda mamá en Alemania que cuando le
enseñé la foto de mi hija en Cuba me dijo “Una auténtica india”.
Si le hablabas de Cuba ellos pensaban que éramos unos salvajes.
La propaganda que salía sobre Cuba era caña, un machetero negro cortando caña o
algunos negros en sus bailes africanos.
Yo lo preguntaba todo, cómo se dice esto o aquello. Cómo se
enamoraba a una mujer, qué se le decía. Luego
un socio me aconsejó que no tuviera traductor. “Te engañan”, me dijo. Me busqué
un amigo que hablaba mejor que yo hasta que un día le dije. “no sigas” yo hablo
solo. Renuncié al español por entero. Hablaba,
soñaba, escribía todo en alemán.
Me di cuenta que lo que al principio te daba risa luego me
ofendía. Había veces que se decían cosas entre ellos y soltaban la carcajada. Comencé
a entender que eso que te hacía gracia ya no era tan gracioso. Llegué a entenderlos
y a desmentirlos cuando hablaban mal de mi país.
Los primeros indicios…
En 1988 vine de vacaciones a Cuba y amigos de mi papá, de la
Seguridad del Estado, vinieron a verme a preguntarme cómo estaban las cosas en
Alemania, en Hungría. Porque también viajé a Hungría. Allí y en Checoslovaquia
se compraba todo más barato. De hecho cuando fui por última vez a Hungría
estaba Queen y había un ambiente totalmente distinto. Tuve una mujer que fue mi esposa y profesora
por eso nos veíamos a escondidas. Yo iban en tren hasta Dresden me montaba en
su Skoda y viajábamos.
Después que regreso de Cuba me dicen que Hungría quiere
romper con el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica). Pero como nunca me había
interesado mucho la política sinceramente no había notado nada. Sí tenía amigos
que habían intentado cruzar el muro
varias veces y odiaban a muerte a (Erich) Honecker.
Un lunes bajo al mural de la escuela donde siempre anunciaban lo que habría en la
semana: conciertos, partidos de fútbol, en fin... Había un cartel que decía “no duermas más
despierta, juntos salgamos el jueves etc.”
Era la convocatoria a
una manifestación…
Exacto. Siempre teníamos un compañero del Partido y nos
reuníamos todos los días para comentar y esas cosas. Llegué y le dije a mi jefe de grupo “¿leíste
lo que está en el mural?”. Nos reunimos
y nos prohibieron salir los jueves porque a las 5 de la tarde había una
manifestación. Empezaron primero uno tipos con pelados raros como hinchas de
fútbol, no como políticos. Fue creciendo
y la policía los reprimió. Después un grupo de artistas famosos, un tenor,
creo, porque en Leipzig era una ciudad muy fuerte en la música sinfónica y
lírica; también cuatro o cinco campeones olímpicos de varios deportes, todos se
pusieron al frente de la manifestación como escudos humanos y el Estado no pudo reprimirlos más.
Yo vivía con mi esposa alemana no con los otros cubanos. Iba
a mi escuela, buscaba trabajo cuando necesitaba dinero. Fui a Rostock donde
teníamos unos amigos; pero resultó que nos montamos en el tren que se conectaba
con un ferry que iba a Suecia y que pasaban por una isla que decía era privada
de Honecker. En definitiva nos bajamos en Straisund y vi un cartel con un símbolo
nazi y diciendo “extranjeros lárguense”.
Llegamos a Rostock y en la terminal vi otro letrero que decía “por un
alemán muerto 10 cubanos deben correr la misma suerte”. Ya por ahí empezamos a
sentir miedo. Cuando llego al edificio donde vivían nuestros amigos, la mujer
de la puerta me abre, pero con miedo. “¿de dónde tu eres, qué buscas, tu eres
cubano?” me preguntó. Es que había una resolución que nos prohibía a los
cubanos ir a esa provincia
Empiezan a cambiar
las cosas…
Todos los años participábamos en dos marchas: por el Primero
de mayo y la Revolución de Octubre. Y en ese 1989 salimos normal, el 7 de
noviembre a la marcha por la Revolución de Octubre con los carteles de siempre.
Veníamos todos y hubo de momento como un desbarajuste, como un carnaval y
dijeron: “a casa todos el mundo, voten los carteles y a casa todos”.
Llego y pongo la televisión, recuerda que se marchaba en
todas las ciudades al mismo tiempo; y en Berlín en la manifestación cambiaron
los carteles y pidiendo la unificación. Y llegan las noticias de la destitución
de Honecker.
El muro cayó y todo dejo
de ser…
En esos días de manifestaciones nosotros en los edificios no
solo ya no podíamos salir los jueves, sino que empezaron a agredirnos con
cocteles molotov, piedras, sillas...
Y lo primero que nos hacen después que cayó el muro fue un
tipo que parecía el más amigo. Lo primero que hizo fue cortarnos la calefacción
en medio de aquel frío. No teníamos agua ni para lavarnos los dientes.
Ya no solo no podíamos pegarnos a los pasillos ni ventanas y
nos fuimos hacinando en habitaciones pequeñas con los extintores cerca para
apagar las botellas encendidas que nos tiraban.
Cerraron todos los mercados que el Estado atendía. Las tiendas
donde comparabas antes ya no existían. Había una especie de júbilo, de rabia. No
era la rabia de haber terminado con el sistema sino que querían terminar con
todos nosotros. Una de las consignas que
más mencionaron siempre era “que se larguen los extranjeros”.
Aquellos que eran tus amigos dejaron de serlo. En el verano
siguiente fui a Hamburgo a Munich a Dinamarca. Pero seguíamos sitiados y
empezaron a sacarnos y nos preocupaban
las noticias.
Veíamos a la televisión, la invasión a Panamá. También la
salida de los cubanos de África coincidió con la salida de los soviéticos de
Alemania. En una terminal y te podías encontrar a todos, desde los rubios hasta
los asiáticos regados por todo el lugar.
De hecho un día llegué a la escuela y encontré que el cartel
del nombre “Federico Engels” no estaba. Esto pertenece a la Wolwagen, me
dijeron.
De los más de tres mil entre profesores y alumnos que había
dejaron como 500.
El regreso…
Nos cambiaron el Instituto. En el edificio donde yo estaba
ya ellos se tuvieron que ir todos. Y me dije: esto murió. Nos reunieron a los
27 o 28 estudiantes cubanos que quedábamos. Se manejó que fuéramos para la URSS,
pero había cambiado todo.
“Regresan a Cuba con unas vacaciones de 45 días a ver qué se
decide con ustedes”, nos dijeron. Vino el director de la escuela y me dijo: “Te
doy casa, nacionalidad y trabajo, te puedes quedar”. Le dije, “No. Tengo mi
familia en Cuba”.
Me molestaba mucho ese trato de “negro”, me gritaban, me
escupían. Los tontos cubanos que fueron a trabajar se dejaban humillar por los
alemanes “Ladra como un perro, tírate al piso”… y ellos lo hacían.
Otra vez llegué a una fábrica donde había conseguido un buen
trabajo y habían puesto la bandera de la Alemania Federal junto a la de Estados
Unidos. Llegué a donde estaban los otros cubanos y dije “el que trabaje debajo
de esa bandera se va a fajar conmigo”. Hicimos como una huelga.
Eso fue como un acto de rebeldía. Uno de los tipos me
insultó, cuando salimos en los casilleros me dijo “puerco” y me tiró al piso. A
la salida lo esperé y le caí a pedradas. Fueron cosas así, que fueron pasando.
Se volvieron más agresivos con nosotros. Y las broncas entre cubanos y alemanes
fueron más frecuentes.
Ya no soy el joven aquel. Siempre en Alemania me imaginé que
la unificación debía llegar. Gustase o no. Tampoco le íbamos a perdonar los
crímenes que hicieron en la Segunda Guerra Mundial; pero siempre me imaginé que
si nosotros no merecíamos una Base Naval de Guantánamo, Alemania no merecía un
muro…
Solo una rubia menuda,
de labios deliciosamente pronunciados, pidiéndole que le hiciera una caricatura
pudo ponerle fin a nuestra plática. No sin antes advertirme que fue allá en las
pizarras del tecnológico de Leipzig donde comenzó garabatear los primeros
trazos que marcaría el inicio de su actual carrera como humorista gráfico, ¡y de los buenos!
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