Posted by : Unknown miércoles, 20 de abril de 2016



El Séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) tendrá muchas lecturas, mejores o peores, triunfalistas o negativistas, más, o menos inteligentes, pero siempre tendremos que concederle el mérito de llamar las cosas con los términos exactos, sin retóricos eufemismos y, afortunadamente al dejar abierta la puerta al debate, nos queda la sensación de que los más importante vendrá a continuación, como deben ser.
Desde el informe central  hasta la clausura la dirección política cubana reiteró su determinación de incentivar las decisiones colegiadas y enfáticamente superar la ortodoxia inmovilista que significa negar lo obvio.


Raúl Castro fue explícito: “El incremento del trabajo por cuenta propia y la autorización de la contratación de fuerza de trabajo ha conllevado en la práctica a la existencia de medianas, pequeñas y microempresas privadas que hoy funcionan sin la debida personalidad jurídica y se rigen ante la ley por un marco regulatorio diseñado para las personas naturales dedicadas a pequeños negocios que se realizan por el trabajador y su familia”.
Esta esa una de las admisiones teórico-conceptuales más importantes vistas en el VII Congreso. La existencia en Cuba de pequeños empresarios que están estableciendo con su personal contratado relaciones de producción típicas del mercado y que, vale recordarlo, se apropian de una plusvalía, aunque los empleados no lo perciban así por los ingresos comparativamente mayores que obtienen con respecto a otros sectores de la población.

Refiriéndose a este asunto y otros como podría ser la urgencia de políticas claras que impidan al sector privado tornarse en clase políticamente destructiva de la Revolución, Raúl no hizo sino confirmar lo advertido por muchos economistas y demás analistas de la realidad nacional. Pero esas palabras saliendo de sus labios, esperemos que, al fin, hayan sido escuchadas por esa parte del aparto partidista y gubernamental empecinada en negar los procesos en el afán de hacerlos desparecer por sí solos. El primer paso para definir estrategias frente a esas cuestiones es admitir su existencia, así, sin medias tintas.

Ahora mismo, nos lo recordó Raúl por enésima vez, el mayor enemigo es la mentalidad obsoleta. Mas el término en sí podría resultar engañoso y maleable de acuerdo a las intensiones de quien lo exprese y ahí están para probarlo los discursos del presidente Obama durante su estancia en Cuba. No obstante lo peor que le ocurría al Socialismo cubano es negarse a cambiar porque la superación dialéctica es consustancial a la Revolución.

Otra de las huellas que este espectador se lleva del Séptimo Congreso la aportó René González, una voz imprescindible en los tiempos que corren y a quien, junto el resto de sus hermanos hubiera querido ver integrando el Comité Central. Él, con la fuerza que le confiere el haber renunciado a todo por la vida de muchos, nos recordó que los ejes en el debate venidero en lo tendiente al rol de Partido deberán ser: Su relación con las bases, su enlace con el resto de la sociedad; cómo mantener su legitimidad frente a las recetas foráneas; lo impostergable de una política comunicacional; y, por supuesto: las relaciones mercantiles y su impacto en la conciencia social.

Examinar cada uno de estas aristas tendrá como telón de fondo la exhortaciones de Raúl: los consensos no caerán del cielo, sino que se construyen con la información, la polémica franca y la preparación de cada cual para tener la capacidad de anticiparse en lo posible a los problemas generados por cada nueva medida o cambio introducido en las dinámicas de la sociedad cubana, mucho más allá de los caminos economicistas.
La previa y los días concretos del Congreso fueron la mejor revalidación de esa realidad. El ajuste de llevar a discusión con las bases los textos más importantes discutidos allí, en particular la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista corroboran que a la ruta común que seguirá el país en los años venideros debe ser edificada, por lo menos con la mayor sensación posible de que cada quien ha tenido la oportunidad dar su parecer. 

En la retina queda la serenidad de Fidel. ¡Siempre Fidel! asumiendo con sobrecogedora naturalidad el hecho inevitable de que no siempre podremos tenerlo físicamente entre nosotros, pero que cuando ese momento llegue tendremos que ser capaces de continuar.

En lo adelante vendrán varios momentos cruciales, no al punto de decir que el verdadero Congreso del Partido comienza ahora, pero sí que este habría estado peligrosamente incompleto sin la discusión, el debate, la polémica entre muchos. Sabiendo que siempre quedará lo verdaderamente duro: el desafío de la cotidianidad que amodorra los sentidos y pone a prueba las ideas enunciadas en la comodidad de un salón refrigerado.

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