Posted by : Unknown viernes, 24 de junio de 2016



Quienes contemplaban la escena en La Habana no pudieron contener sus exclamaciones de júbilo cuando Humberto de la Calle, por el Gobierno e Iván Márquez a nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (Farc-EP), firmaron el acuerdo del cese definitivo del conflicto armado. Es demasiada sangre derramada, demasiado el horror para no emocionarse con un momento calificado por todos como histórico.
Era de esperarse que cada una de las partes prometiera mucho, un tanto más el presidente Santos, dejando plasmados además sus puntos de vista particulares casi siempre divergentes. Sin embargo todos han hecho concesiones en aras de acallar por fin a los fusiles determinados a que lo convenido en La Habana sea irreversible.

Timoleón Jiménez reafirmó la lucidez de su liderazgo al comprender que cambiar el orden de cosas en Colombia por la vía militar es hoy política y socialmente un sinsentido. Las FARC han comprendido que si querían salvar lo que les queda de capital político deben ir a la lucha de masas por los mecanismos no violentos.
Por su parte Juan Manuel Santos demostró una sagacidad política encomiable más allá de si se está de acuerdo o no con su ideología. Él, como pocos ha sido un enemigo formidable de la insurgencia. Eso le concede la autoridad suficiente para asumir el riesgo de buscar un entendimiento, justamente porque ha entendido que la ventaja alcanzada en el teatro de operaciones militares desde que fuera Ministro de Defensa de Álvaro Uribe solo sería perdurable si se sentaba a negociar la paz con las guerrillas.
Pero las raíces de la violencia en Colombia rebasan los límites, ya de por si enormes, del enfrentamiento entre la insurgencia  y los diferentes gobiernos desde 1964 a la fecha. El uso de la fuerza expresado en fenómenos como el paramilitarismo vienen por lo menos desde que aquellos grupos de campesinos liberales se vieron precisados a defenderse en medio de una lucha política durísima en la medianía del pasado siglo XX.
Entonces, y eso lo reconoció el presidente Santos, para muchos será muy difícil sustraerse a la lógica de la guerra. Al mismo tiempo, mientras permanezcan las causas sociales que originan la desigualdad y el abuso del poder, siempre estará latente la reanudación de las hostilidades o de que esta sobreviva en la delincuencia y la inseguridad fruto de la actuación impune de los sicarios.
No es ocioso recordar que lo más duro vendrá ahora porque la historia del propio conflicto colombiano y de otros a lo largo del orbe, prueban que es más difícil mantener la paz que hacer la guerra. No faltarán los intentos e incidentes que pongan en peligro el cese al fuego acordado en La Habana. Ambas partes deberán hacer gala de una gigantesca ecuanimidad para hacer cumplir lo acordado y que el cese al fuego no sea más una esperanza sino un realidad.

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