Posted by : Unknown martes, 19 de julio de 2016



En abril vi un cortometraje sueco a pocos metros de Jennifer Lee DeLaurentis, la esposa del encargado de negocios de Estados Unidos en Cuba. Discretamente ella acompañaba a su amiga, la embajadora de Suecia en Cuba, en las presentaciones en los cines del oriente del país de una muestra de cine nórdico . Ya esa anécdota sería suficiente para notar que no estamos en el mismo sitio de hace un año cuando se izó labandera cubana en la reabierta embajada antillana en Washington. También es claro que el enfrentamiento binacional ha adquirido expresiones diferentes para los que no siempre estamos lo suficientemente preparados.
Senadores, representantes, miembros del gabinete, empresarios, artistas, deportistas y ciudadanos comunes ha venido desde los Estados Unidos en cifras jamás vistas desde que el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 agudizara al extremo las diferencias históricas entre ambas naciones. Otro tanto ocurrió en sentido inverso pues al menos tres ministros cubanos sostuvieron productivos intercambios con amplios sectores empresariales más allá de las habituales zonas como Washington, Nueva York y especialmente Miami.

Nunca como antes se ha visto una intensión tan manifiesta desde una parte de la clase política estadounidense de dar un giro a su modo de tratar con Cuba. También son inéditas las proporciones de la división en ambas cámaras del Congreso sobre el tema Cuba. Al punto que avanzaran bastante varias enmiendas para eliminar la vigente prohibición de los viajes turísticos a la mayor de Las Antillas. Para los representantes de la extrema derecha vinculados a la industria del mal, como la definiera Francisco González Aruca, debe haber sido bastante incómodo verse por primera vez en desventaja, sobre todo en el Senado, en su tradicional postura de aislar a La Habana.
Un año después del establecimiento de ambas sedes diplomáticas tenemos un notable sector empresarial e institucional que en EE.UU. cabildea por ampliar los nexos con Cuba lo cual no significa necesariamente que simpaticen con el sistema político de la Perla de las Antillas. Los aglutina el pragmatismo de  comprender que es posible  hacer negocios mutuamente ventajosos.
El Capitolio esta siendo escenario de inocultables debates que sobrepasan la esquemática división partidaria de demócratas-pro-relaciones-con-Cuba y republicanos-partidarios-de-la-línea-dura. De hecho esta misma semana el diario especializado en noticias congresionales The Hill advertía que la oposición republicana a levantar las restricciones de viajes a Cuba, como parte del bloqueo de Washington a la Isla, han comenzado a erosionarse en el Congreso.
En el apartado de los avances igualmente se suman los contactos periódicos sobre asuntos de interés común que incluso han rendido sus frutos, tales como el venidero reinicio de los vuelos regulares, los enlaces por correo postal directo y las telecomunicaciones. Otros contactos y acuerdos ha concertado acciones en la lucha contra el narcotráfico, la atención médica y la protección conjunta del medio ambiente; sin olvidar las negociaciones para delimitar las respectivas zonas económicas en el Golfo de México.
El proceso de normalización se ventila paralelamente en varios niveles pues ambas partes han convenido que las cuestiones de fondo donde las discrepancias son más profundas, no necesariamente deben impedir el avance en otros asuntos menos conflictivos y potencialmente beneficiosos para una y otra parte.
Esta no es tampoco una práctica nueva cada vez que Cuba y Estados Unidos se han sentado a conversar a lo largo de los últimos 50 años. Lo verdaderamente novedoso es cuánto se ha logrado progresar, gracias a que Washington comprendió, al fin, que sus intentos de condicionar cada paso a cambios en la política exterior o interior de la Revolución Cubana solo conducían al fracaso.
Sin embargo esta práctica encierra determinados peligros, sobre todo para Cuba: que lleguen a empolvarse en el olvido las cuestiones verdaderamente influyentes en su dinámica interna como lo son el conjunto de leyes y disposiciones complementarias que soportan el bloqueo y la Ley de Ajuste Cubano, cuya permanencia sigue estimulando la emigración ilegal y de paso le está creando problemas con sus aliados en la región. Las crisis que tuvieron lugar en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica y la vista recientemente en Ecuador son las mejores pruebas de eso.
Algunas de las acciones del Ejecutivo norteamericano, antes, durante y después de su visita a La Habana en marzo pasado también corroboran que Washington parece inclinado a continuar priorizando la retórica de manera que su imagen “constructiva” se vaya estableciendo cada vez en la opinión pública, mientras al gobierno cubano se le asigna el rol “conservador” y supuestamente concentrado en anteponer condiciones. Aceptar como cierta esa falacia sería olvidar que estamos ante una relación asimétrica donde comparativamente Cuba se juega mucho más que EE.UU.
Sin dudas la estancia de Obama en la capital cubana fue el suceso más memorable que siguió a la reinstauración de las embajadas en ambas capitales. Ríos de tinta corrieron de diverso signo político para asir a su braza el sartén de la visita del presidente estadounidense. 
Tras la apertura de las sedes diplomáticas es más cierto quelos acontecimientos a lo interno de Cuba  siguen siendo los más importantes pues la política norteamericana es lo suficientemente veleidosa e impredecible que es cuanto menos infantil creer que desde allá vendrán las soluciones. Por eso no olvido la advertencia del amigo Andrés Gómez: ahora más que nuca el estilo fidelista de explicar cada paso, por duro o controversial que sea, es necesario para reconstruir los consensos sociales que soportan la sobrevivencia a futuro del socialismo cubano.
La comunicación y por extensión la cultura continúa ganando protagonismo entre los espacios en los cuales confluyen y a menudo chocan ambos proyectos nacionales. Esa realidad no debe conducirnos al inmovilismo o peor: a la perniciosa y recurrente práctica del “control de daños” o a los esquematismo en los entornos mediáticos que lo único que logran es dejar al descubierto, y acentuar, las falencias de una Revolución con las raíces históricas suficientes para salir airosa.

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