Posted by : Unknown viernes, 16 de noviembre de 2012

No fue ni el calor o el tono de sus palabras. Lo verdaderamente desagradable fue el extremismo de sus puntos de vista, empeñados en verlo todo desde el ángulo de vaso medio vacío. Hasta las más crudas verdades suelen tener un pésimo sabor si son dichas desde el discurso de la frustración y el desaliento.

¿Para esto se hizo la Revolución? Era su pregunta de inicio para enumerar una serie de supuestos “fracasos” del proyecto social emprendido por esta nación después de 1959. Sin embargo por debajo de las realidades descritas: la corrupción de los funcionarios o las prácticas de muchos de “luchar” en su trabajo eso que no pueden comprar con su salario, subyacía una visión que al final solo consigue llenarnos de veneno el alma.
No vale la pena dedicarle líneas al negativismo de los enemigos declarados del país al estilo de “nada funciona en Cuba”; pero sí al surgido como natural reacción a sufrir, en silencio o no, por demasiado tiempo el triunfalismo que, también, enrarece el entendimiento porque se encapricha en ocultar los trapos sucios dizque para evitarle la “vergüenza” a los involucrados en un señalamiento determinado o porque le hace “daño” a la Revolución, aunque establecer esto último sea un asunto cargado de una subjetividad enorme.

No hablar de las manchas del sol no las elimina, al contrario. Hace crecer una especie de resentimiento que, de paso, le confiere legitimidad a un modo de ver las cosas que siempre concluye en que el problema es sistémico.

O sea que si hasta ahora el socialismo no ha resuelto los problemas de Cuba entonces hay que “probar” con el Capitalismo; sin importar que este último después de casi cuatro siglos de existencia haya establecido paradigmas de desarrollo ecológicamente insostenibles para todo el planeta. Mientras que al Socialismo se le exige, en el caso cubano, barrer en 50 años deformaciones estructurales y sociológicas con centurias de existencia.

El “positivismo” y el “negativismo” son dos ramas de la misma estrechez de pensamiento que se eleva a sí mismo al rango de verdad inmutable, creyéndose depositaria de todas las respuestas posibles o probables; pero que conduce a andar por la vida como una bestia de carga, con la vista constreñida a una parte de la realidad, lo que no parecer ser una buena manera de ser justos o por lo menos equilibrados en los análisis.

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