Cubaizquierda

Una lágrima corrió por su rostro de cuatro años, no porque le doliera algo, o más bien no físicamente. “Papá, yo quiero ser grande”, me dijo y se me partió el alma en dos. De plano comprendí que esto es solo el comienzo de quién sabe cuantos interrogatorios más; tal vez los mismos que hace Silvio en su Escaramujo.

El momento no era el más idóneo para averiguar la razón de la interrogante y lo único que se me ocurrió fue tratar de convencerla que las cosas tienen su momento. “Cómo las maticas, que primero son pequeñas, luego le salen las hojas. Pero eso se demora”, le dije.

Entonces uno se percata, ya bien del daño de pintarle a un niño la adultez sólo como una etapa donde podrás hacer las cosas que ahora los “grandes” no te dejan, o, quizás, de los inconformes que somos todos por naturaleza. Si porque con el tiempo, como Peter Pan, hay quien llega no querer crecer.

Añorar los años despreocupados de la niñez donde los días en apariencia se iban con la “enorme” inquietud de a qué jugar puede ser un bálsamo en un día de crisis existencial pero al final, creo, no lo lograrás del todo porque contra el tiempo nadie puede.

Algo parecido ocurre con los años de “pre” o “universidad” cuya evocación suele ser terriblemente seductora, mas, digo yo, no conviene vivir demasiado en el pasado porque uno llega a encorvarse por el peso de los recuerdos y se vuelve incapaz de mirar hacia adelante. Aunque la capacidad de asombro, la sinceridad y la ternura de la niñez hay que preservarlas como el mayor tesoro, de lo contrario el pragmatismo terminará tragándonos y los sueños jamás brotarán de nuevo.

Mejor quedarse con lo momentos y sobre todo con las personas, esas que te siguen siendo fieles pase lo que pase.