Posted by : Unknown miércoles, 27 de mayo de 2015


Frente a la fuente de la Villa Reale se alza, vacío, el escudo de armas del rey Victor Manuel. Ese detalle y las óperas que constantemente escucha el forastero al acercase a este edifico neoclásico, evocan el esplendor de los reyes del pasado. A la izquierda la Sociedad de las Rosas mantienen un jardín que seguramente deleitaría a un montón de gente buena que conozco, porque justamente en esta época del año todas regalan su olor.

El descenso sobre el pasto verde hasta la rivera del Lambro le saca a uno el niño que lleva dentro y siente ganas de correr, con la hierba recién cortada y fría al tacto de los pies desnudos acariciando el aire con su olor fresco y húmedo.

Así de imponente luce la Villa Reale de Monza. La que Giuseppe Piermarini, el mismo arquitecto de la Scala de Milán, proyectó para el archiduque Ferdinando de Asburgo, y que levantaron entre 1776 y 1780. Más tarde con la conquista napoleónica el virey Eugenio de Beaucharnais le agregó el parque y la avenida que termina en frente: hoy llamada Cesare Batisti.

El helicóptero privado pasando o la rubia preciosa, de unos 20 años quizás, pose arrogante frente al volante y pelo rizo suelto al aire en su Audi convertible de 120 mil euros, adviertien la arrogancia de los ricos de hoy. Los mismos que vienen a Monza como lo hacían sus predecesores para “escapar” del ruido de la cosmopolita Milán. Tal vez por eso, dicen, alquilar un apartemento en esta ciudad sean tan caro.

Junto al rio, muy cerca del Puente de los Leones, la multitud de candados asidos a las barandas de la rivera señalan la tradición de esa manera manifestar el deseo de que el amor venza todas las dificultades. Muchos, incluso, hasta consignan sus nombres en el afán de que el cariño mutuo sea eterno.

A Monza llega otra clase de fugitivos a quienes razones muy fuertes los arrancó de sus países de origen. No son los gitanos, pueblo errante por naturaleza y que conserva la mirada ozca al extraño, son esos que la guerra expulsa de Siria o Libia o quienes la pobreza desarraiga de Rumanía, Bulgaria, Siri Lanka o Bangaldesh, trayéndolos acá a servir como meseros o vendedores de flores en los semáforos.

De eso sabe mucho Simone Polici. Él optó por abandonar un futuro prometedor en el sector privado para asumir una de las secretarias en la Cámara del Trabajo de la Provincia. Le toca lidiar con lo más duro: los inmigrantes que por oleadas vienen buscando seguir hacia zonas más prósperas en el norte de Europa y con las mafias que llegan a lavar su dinero a costa de los negocios quebrados por la crisis. “Casi el 25 por ciento de la capacidad productiva de Monza-Brianza se ha reducido en los últimos años”, dice.

Antes de despedirse con el saludo afectuoso para Cuba se pregunta: “Hoy la juventud italiana vive de los ahorros de sus padres pero ¿qué pasara cuando ellos se jubilen o mueran?” .




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