Posted by : Unknown jueves, 17 de diciembre de 2015


Cuba y Estados Unidos miran atrás para comprobar que ya pasó un año del inicio del andar público mutuo por el tortuoso sendero hacia la normalización de sus relaciones bilaterales, si es que eso será posible alguna vez.

Los dos gobiernos se precian de haber concretado la reapertura de las respectivas embajadas, de la realización de rondas de conversaciones y la existencia de foros de diálogo en varios aspectos de interés común como transporte, seguridad, medio ambiente, lucha contra el narcotráfico y antiterrorismo; incluso en asuntos tensos como derechos humanos, la compensación por las nacionalizaciones de las propiedades estadounidenses o los fondos cubanos congelados. Se saludan por los progresos en la reconstrucción de enlaces imprescindibles desde el punto de vista de las telecomunicaciones, el correo postal y está en ciernes otro sobre conexiones aéreas regulares entre ambos países. Eso puede parecer poco, pero no lo es teniendo en cuenta las décadas de distanciamiento.

El lado norteamericano sonríe para sí diciéndose que dio los pasos en la dirección planificada: ganó presencia en el entorno interno del otro mediante un uso limitado de sus prerrogativas ejecutivas. Está convencido de que esa es su mejor arma. “Puedo hacer algunas determinaciones acerca de cómo se implementa el embargo y puedo presentarle argumentos más fuertes al Congreso sobre la importancia de eliminarlo, pero solo si el gobierno cubano introdujera reformas más sustanciales”, dijo esta semana el presidente Obama.

Con la ampliación de los contactos académicos, culturales y deportivos logró un golpe de efecto importante en el plano regional y hacia el interior de su par. Rompió formalmente con su discurso confrontacional y eso en materia de relaciones públicas vale mucho.

Como superpotencia cree que los ases bajo su manga le confieren margen para sentarse a colectar los frutos de sus actos. “Todavía hay áreas en las que puedo presionar.”, acaba de decir. Ese razonamiento, natural en un país poderoso, podría serle perjudicial en el futuro porque el lado cubano ha demostrado que con él las presiones solo empeoran las cosas.

Por su parte Cuba sabe del poderío de su vecino no obstante evalúa como un punto a su favor el no haber cedido en cuestiones de principios y el tener tras de sí el apoyo de la comunidad internacional.

Recela porque sigue prácticamente intacto el cerco económico y desde la Casa Blanca son pocos los pasos sustanciales para eliminarlo más allá de haberla excluido de la Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo. Esas mismas prevenciones no le impiden ver con buenos ojos que sus acreedores del Club de París le hayan condonado buena parte de la deuda; así como el surgimiento de oficinas de cabildeo y el crecimiento de la cantidad de congresistas estadounidenses, republicanos y demócratas, interesados en el levantamiento del bloqueo.

Cuba tampoco piensa ceder en el reclamo de la devolución de la Base Naval de Guantánamo y está seriamente preocupada por el tema migratorio. Especialmente porque está exponiendo a los suyos a los riesgos de viajes furtivos por mar y tierra, mientras permanecen en pie programas que le drenan seriamente su fuerza calificada de primerísimo orden: los médicos.

Está consciente de que no es prioritaria en la agenda electoral estadounidense y se pregunta qué pasará cuando las presidenciales marquen todavía más las pautas de acción en Washington, a sabiendas de que muchos factores y grupos influyen sobre la conformación de la política exterior de EE.UU.

Se sabe frente al reto de enfrentar las desigualdades sociales creadas por los años de penurias económicas. Todo en medio de un escenario donde los discursos de barricada son inefectivos, imponiéndose por fuerza propia la construcción de nuevos consensos que preserven la independencia nacional y la justicia social alcanzada hasta el momento.

Tanto Cuba como los Estados Unidos todavía parecen concordar en la posibilidad convivir, no sin desencuentros y hasta antagonismos. Así, llegado de nuevo un 17 de diciembre, quizás el mayor logro sea justamente que el proceso sigue en pie y habrá que seguir defendiéndolo porque el diálogo responsable y respetuoso siempre será más saludable para todos.

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