Posted by : Unknown martes, 15 de diciembre de 2015

Foto: Alba León
Miles de personas se volvieron una masa compacta a la espera del ídolo de ocasión. Olga Tañón regresó a La Habana, tal como había prometido hace seis años. “Ya tu las tenías hace rato” le gritó un joven cuando el Presidente del Gobierno de la capital cubana le entregó simbólicamente las llaves de la ciudad. “Entonces vendré a decirles. Vecino no tiene un poquito de azúcar que me dé. Si porque allá en Puerto Rico es igual que aquí”, bromeó la boricua en la confirmación de porqué ya está en el corazón de todos en este Archipiélago.
El río variopinto de personas para verla inició mucho antes de que sonaran los primeros acordes. Por suerte el sol de diciembre no fue tan fuerte, atenuado por la brisa del Atlántico.

En los sitios de privilegio, ya bien junto al escenario o cerca de la pasarela al nivel de suelo de la artista el gentío no daba a cada cual más espacio que el ocupado por la escasa área de los pies. Cualquier movimiento en el escenario era seguido por el delirio de miles de voces y miradas de espera. Entre tal aglomeración las emanaciones gaseosas incontenidas de alguna digestión fallida se sintieron como una plena bofetada al olfato.

No sé como habrá sido en épocas anteriores pero en estos tiempos de la era digital la multitud cuanto más cerca estaba de la artista no se interesaba en verla directamente sino en grabarla o filmarla en cuanto dispositivo móvil tenía. Se blandían así miles de celulares, tablets o cámaras para inmortalizar esos instantes; porque si no… ¿cómo le iban a creer en casa que estuvieron en el concierto de Olga Tañón?

“¡Ya la veo, ya la veo!” exclamaba una señora que quizás pase de los 40 años cuando la también llamada Mujer de Fuego se trasladó hacia el pequeño podio levantado en medio de la multitud. “¡Que buena tu estas, que linda!” exclamaban a voz en cuello otro par de féminas abrazadas de gozo. A un costado una adolescente maldecía su tamaño. “Cuéntame como se ve” me pidió.

Algunos cargaron con sus hijos sin importarles demasiado cuantos años estos tuvieran; andando en la difusa frontera entre el amor de querer que aquellos no se perdieran el momento y la temeridad de introducirlos en semejante aglomeración sin que los infantes sepan por sí mismos dónde estaban.

Un frenesí distinto vivieron los amigos juntados para bailar o simplemente pasarla bien un rato, más allá donde el gentío se esparcía y yuxtaponían las edades, los vestuarios, las nacionalidades. La acera, el malecón o el parque fueron una sola cosa: el sitio para sentarse, agruparse y mover el cuerpo al compás de la música.

Dio lo mismo si eran jóvenes o viejos, cada cual bailó, disfrutó, olvidó, se desinhibió, como pudo o como quiso. Como aquel “piquete” de señoras que de no haberlas visto en plena avenida contoneando la cintura, podría haberse creído que se trataba de un grupo de adustas damas de categoría más preocupadas por los chismes de barrio.

Un hombre de piel arrugada por los años y los infortunios, dejó en el piso su saco plástico con latas de alumno dentro y blandiendo su botellita de alcohol de factura desconocida meneaba su maltrecha humanidad cual muñeco de cuerda con los engranajes oxidados.

Tras las poco más de dos horas de delirio el gentío se desparramó por las calles cuadriculadas del Vedado para, en la zona wi-fi o cara a cara, compartir con amigos y conocidos la buena nueva: “¡A que tú no sabes donde estuve hoy, en el concierto de Olga Tañón!” habrán dicho. Si porque el cubano no solo goza individualmente de los momentos memorables sino que luego los comparte con los demás. Tanto que a veces queda la duda si lo hace solo para después decir “Yo estuve allí”. Mas, por lo visto este 13 de diciembre en la Tribuna Antiimperialista bien valía la frase.

(publicado originalmente en Punto G Noticias) 
 

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